Opinión

La moda nos odia

La moda nos odia
La moda nos odia

Inmaculada Urrea

22 oct 2025

Ayer, una publicación de Ancré Magazine en Instagram (@ancremagazine) me hizo saltar de la cama llevada por mil diablos y sentarme a escribir lo que están a punto de leer. Por fin alguien decía en voz alta lo que llevo más de dos décadas repitiendo: que el mundo de la moda es misógino hasta la médula. Esta vez no lo digo yo: lo dicen Loïc Prigent y Vanessa Friedman, dos nombres de altura del periodismo fashion. En la portada del carrusel, Kim Kardashian, borrada por Maison Margiela en la gala del Academy Museum de Los Ángeles. Un símbolo perfecto de lo que la moda sigue haciendo con las mujeres: invisibilizarlas.

 

Aunque no soy periodista de moda, llevo escribiendo sobre ella más de veinte años. A estas alturas, mi currículum pasaría con holgura la nueva legislación china. Empecé en 2003, y en 2004 un señor llamado Vicenç Mustarós me pidió que escribiera con mirada crítica en Demo Fashion Guide. En 2009, inauguré la sección de Opinión en este medio, y sigo siendo -creo- la que más ha opinado (unas ochenta veces, al menos). Exdiseñadora, historiadora, docente y consultora, estoy en este mundillo desde 1985.

 

Que ahora, en 2025, pueda leer abiertamente lo que en 2003 nadie se atrevió a publicar, me honra de orgullo y satisfacción. Aquel artículo se titulaba Trilogía. El primero era un listado de diseñadores masculinos desde 1895 hasta entonces (131 nombres). El segundo, lo mismo, pero con creadoras (63). Y el tercero, la conclusión: la constatación de la misoginia estructural de la moda, algo que ya intuyó mi querida Coco Chanel tras el éxito de Christian Dior.

 

Ser historiadora, feminista y amante de la sociología de la moda ayuda a ver el mecanismo: cómo se manipula a las mujeres y cómo ellas siguen cayendo una y otra vez en la trampa. Esta vez son Prigent y Friedman quienes se escandalizan. Yo, hace tiempo, dejé de llevarme las manos a la cabeza: conozco el percal. Hace mucho que la moda me aburre. Creo que sólo me divertía hace veinte años, cuando un colectivo anarkopunk llamado Equipo Peninsular hacía las crónicas de las pasarelas patrias. Jamás me he reído tanto. Creo que Paco Caro también.

 

La moda tiene como clienta principal al género femenino. Sin embargo, sigue dominada financiera y creativamente por hombres: los primeros, mayoritariamente heterosexuales; los segundos, en su mayoría homosexuales. Y de estos últimos, un 90 % convierte el cuerpo de la mujer en un ideal imposible, moldeado con violencia simbólica y física. Cuerpos oprimidos, rostros borrados, bocas amordazadas. Mujeres convertidas en objetos bajo la mirada de hombres que paradójicamente detestan lo femenino. Qué razón tenía Mademoiselle.

 

Esto que escribo es tan políticamente incorrecto que temo que alguien lo censure. Pero tenía que decirlo. Desde que la moda se transformó en big business -primero con Dior y luego con la llegada de los hóldings del lujo-, las mujeres han desaparecido casi por completo de los ámbitos de poder, tanto financieros como creativos, reflejo del avance hacia ninguna parte del sexo femenino. Y ya no lo digo yo, lo dicen otros.

 

La gran paradoja: la moda depende comercialmente de nosotras, pero nos somete simbólicamente. Nos vende un ideal de belleza que nunca hemos decidido. Menos mal que hay gloriosas excepciones: Dries van Noten, Armani, Ralph Lauren et altri, para las que todavía creemos en el sentido común. Pero la moda pretende explotarnos haciendo negocio con las aspiraciones femeninas (ser vistas, valoradas, “ideales”) vestidas por sus portavoces, las celebrities.

 

No es una cosa menor que el cuerpo femenino, herramienta visible de la identidad, sea tratado como un objeto escultórico, anulando el individualismo. La deshumanización estética llevada al paroxismo. Así, hemos visto volver un instrumento de tortura, el corsé, e instaurarse la distorsión corporal como deseable. Por no hablar de la burkanización de las pasarelas: no sólo se pretende borrar nuestro cuerpo, también nuestra expresión y nuestra voz. Nos quieren sumisas y calladas.

 

Ningún hombre en sus cabales se sometería a lo mismo. Con eso lo digo todo. Pero la moda es tan cínica que trivializa el maltrato pretendiendo glamurizarlo. Y todas aplaudiendo mientras ellos se reparten el pastel, haciéndonos creer que el castigo es empoderamiento. Nosotras somos, al mismo tiempo, el producto, la víctima y el mercado. Qué lejos queda la cruzada por la liberación femenina de Chanel. Y eso que de feminista no tenía nada. Pero al menos tenía sentido común.

 

Friedman se pregunta sobre el propósito real de la moda femenina. ¿Expresar identidad o aprovecharse de la inseguridad? La pregunta se responde sola. Y, tras la respuesta, se esconde toda una ideología que la mayoría de mujeres ni adivina, atareadas en cosificarse según los mandatos de una moda que las ignora como sujetos y las obliga a depender del juicio ajeno, retroalimentando su eterna inseguridad.

 

Ahora entenderán por qué he dedicado media vida a estudiar a Coco Chanel. Fue la primera que entendió el poder de vestirse para sí misma y no para otros. Y eso, incluso hoy, sigue siendo el mayor acto de rebelión posible.

Inmaculada Urrea

Inmaculada Urrea

Inmaculada Urrea. Mi lema: “No es marca si no pasa por el corazón”. Soy una consultora free spirit y me gusta ayudar a crear identidades de marca memorables. Llevo más de 30 años dedicada al sector de la moda y casi 20 como consultora de todo tipo de marcas. Me apasiona el branding y mis clientes, por este orden. Soy honesta, independiente y con criterio propio. Para mí, la marca está por encima de todo y de todos. Es una ética, además de una estética. Pienso siempre que a mis clientes su marca les importa tanto como a mí, así que me encanta enseñarles a gestionar su identidad, porque la marca es suya, no mía. Por cierto: tener un brandbook es necesario, pero no suficiente: sin implementación, no hay paraíso, ni beneficio. Sólo branding de postureo. Más información en mi antiweb: inmaculadaurrea.com