Entorno

Historia del comercio internacional textil: el camino de los aranceles en la moda

Del Acuerdo Multifibras al paquete de contramedidas pactado por Bruselas para hacer frente a los aranceles estadounidenses, la moda ha ocupado un lugar particular en la conformación del comercio mundial a lo largo de la historia.

Historia del comercio internacional textil: el camino de los aranceles en la moda
Historia del comercio internacional textil: el camino de los aranceles en la moda

Celia Oliveras Castillo

La industria internacional de la moda se mueve al ritmo de las tendencias del consumidor y, también, del sourcing. En los últimos seis años, el mapa internacional del aprovisionamiento ha entrado en crisis, con disrupciones como la pandemia, la crisis del Mar Rojo o la revolución arancelaria provocada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En este nuevo Insight, patrocinado por Sevica, Modaes analiza cuál es la situación actual del sourcing en moda, un sector que juega en un nuevo tablero con cambios geográficos, de medios de transporte y aduaneros.

 

 

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El día cero del actual orden en el comercio mundial tiene nombre y apellidos: 30 de octubre de 1947. Entonces, más de una veintena de países firmaron el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (Gatt, por sus siglas en inglés). El comienzo de un nuevo orden, al menos por el momento, también: 2 de abril de 2025. Conocido como Liberation Day, ese día el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, puso fin a casi 80 años de principio de reciprocidad en el comercio internacional. En la construcción y posterior reconfiguración del comercio, el textil ha jugado un rol particular en la historia de los aranceles, un papel clave que no ha desaparecido hoy en día.

 

“El comercio y la política exterior siempre han estado relacionados a lo largo de la historia”, defendía el exdirector adjunto de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Alan Wolff, en 2018, a lo que añadía que, de hecho, “la política exterior se ha configurado a menudo para impulsar los intereses comerciales”. No es de extrañar, por lo tanto, que el fin de la Segunda Guerra Mundial fuera el principal motor de la liberación del comercio. En un momento en el que las relaciones internacionales se recuperaban de una de las mayores crisis de la historia, el comercio se impuso como la principal palanca del crecimiento y reconstrucción global en el mundo occidental.

 

 

 

 

El germen llegó con el Plan Marshall, el programa estadounidense de ayudas para la reconstrucción del Viejo Continente tras la guerra, con el objetivo de “facilitar y estimular el crecimiento del comercio internacional a través de las medidas necesarias, incluyendo la reducción de las barreras que obstaculizaran dicho comercio”. En ese mismo año, 23 países firmaron en Ginebra la Gatt, un pacto en el que los países firmantes se comprometían a reducir sistemáticamente los aranceles al resto de países, bajo la premisa de que los demás harían lo mismo.

 

Durante los años siguientes, esta ola liberalizadora fue aumentando y ganando adeptos, hasta su culminación en la conocida como Ronda de Tokio, celebrada entre 1973 y 1979, y en la que ya participaron más de un centenar de países. El Gatt había ido así expandiéndose poco a poco, no sólo a nuevos países, sino también hacia más productos, acompañando años de recuperación y crecimiento económico de las principales economías de hoy en día.

 

El 1 de enero de 1995, cuatro años después de la desaparición de la Unión Soviética, la historia del comercio mundial volvió a registrar un cambio histórico, con la creación de la OMC, la mayor reforma desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El organismo, con sede, de nuevo, en Ginebra, y más de 150 países miembro, se alzó como el sucesor del Gatt, con el objetivo de establecer las reglas del juego del comercio mundial, pero ahora, ya no sólo para las manufacturas, sino también para el comercio de servicios y la propiedad intelectual.

 

 

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La nueva entidad se adaptaba así a la realidad económica global, donde el peso de las manufacturas se compartía con el de otros tipos de bienes, y la OMC debía impulsar nuevas rondas de negociación entre los países. Hoy el organismo está conformado por 166 miembros que, en total, representan el 98% del comercio mundial.

 

Aunque ha tenido éxito en su expansión gracias al fin de la Guerra Fría, su gran asignatura pendiente ha sido generar nuevas rondas de negociación que fueran firmadas por todos los países miembro y abarcaran nuevos productos, como evidencia los casi 25 años que lleva impulsando el acuerdo conocido como la Ronda de Doha. Ante la imposibilidad de sacar adelante este nuevo pacto, la OMC ha centrado su trabajo en supervisar el cumplimiento de los acuerdos ya existentes.

 

A las puertas de que la OMC celebrara su 25 aniversario, la pandemia del Covid-19 sacudió no sólo la normalidad global, sino también el orden del comercio mundial. El cierre de fronteras por motivos sanitarios conllevó también el fin del suministro constante de mercancías de Asia a Occidente, de servicios entre Europa y Estados Unidos o de bienes entre el sur y el norte global.

 

 

 

 

La última disrupción, sin embargo, ha venido de la mano de un conflicto político, con la llegada de Trump a la Casa Blanca. El presidente estadounidense se alzó victorioso en las elecciones de finales de 2024, tras meses de campaña electoral en los que prometió la reactivación de la industria nacional principalmente a través de los aranceles. Finalmente, y tras meses de especulaciones, el 2 de abril de 2025, el mandatario cumplió su promesa, y anunció la imposición de gravámenes a la entrada de las importaciones de casi todos los países del mundo.

 

La decisión de Trump marcó entonces el fin de la era de la expansión del comercio internacional (que, sin embargo, hacía un tiempo que veía estancado su crecimiento, tal y como se reflejaba en la incapacidad de firmar acuerdos globales). El principio de reciprocidad, por el que los países reducían sus barreras de entrada en pro de que el resto hiciera lo mismo, se ha dado ahora la vuelta: si Estados Unidos impone aranceles, China responde con la misma decisión.

 

Esto, sin embargo, tiene matices, ya que Trump utiliza sus amenazas como una estrategia negociadora, consciente de los efectos que puede tener en la inflación estadounidenses un cierre de sus fronteras a las importaciones, pero con la confianza de que la amenaza será suficiente palanca para empezar a negociar. Prueba de esto es el preacuerdo comercial alcanzado por Estados Unidos y China hace unas semanas, y que ha reducido notablemente los aranceles estadounidenses a la potencia asiática a cambio de concesiones chinas en sectores clave.

 

 

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El limbo textil

En este marco de apertura comercial generado tras la firma del primer Gatt, la moda vivió en un limbo entre el proteccionismo y la apertura durante décadas. La primera excepción de la industria llegó en 1961 a través de un acuerdo que permitía limitar las exportaciones de algodón, con el objetivo de poner un límite a la previsible avalancha de este material proveniente de países asiáticos.

 

La norma terminó por alargarse hasta 1974, hasta que finalmente fue sustituida por el Acuerdo Multifibras (MFA), un marco que se convertiría en sinónimo de proteccionismo textil, principalmente en Europa. Esta nueva excepción, que perduraría hasta 1995, permitía a los países imponer límites unilaterales a las importaciones si consideraban que estas pondrían en peligro la industria local, y fue utilizada por Estados Unidos, Canadá, Austria, Finlandia, Noruega y la Comunidad Europea casi en exclusiva.

 

En la práctica, este sistema rompía el principio de reciprocidad e igualdad de trato entre los socios comerciales, la base sobre la que se estaba construyendo el comercio internacional hasta el momento, y fijaba cuotas específicas para cada país exportador.

 

Finalmente, en 1995, y ya en el marco de la OMC, este proto acuerdo fue sustituido por el Acuerdo sobre los Textiles y el Vestido (ATV), con un elemento a destacar: “es el único Acuerdo de la OMC en el que se preveía su propia destrucción”, relata el propio organismo. El nuevo marco otorgó un plazo de diez años para desmantelar gradualmente las restricciones y reincorporar el textil al régimen general del libre comercio.

 

Desde 2005, con el fin de estas excepciones, la moda se ha convertido en un negocio global, que durante veinte años ha vivido una liberalización que ha reconfigurado el mapa del sourcing y del empleo ligado a la producción de textiles y prendas.

 

Con el despertar del proteccionismo, sin embargo, la moda ha vuelto rápidamente a estar en el punto de mira. Poco después del primer anuncio estadounidense de imponer aranceles a la Unión Europea, primero, a las importaciones de acero y aluminio, un sector considerado estratégico por Trump, Bruselas respondió con su primer paquete de contramedidas, basado en sus propios gravámenes a productos clave, entre ellos, el textil.

 

En total, el ejecutivo comunitario (que tras el pacto comercial con Estados Unidos no ha terminado por aplicar las medidas arancelarias), preveía alcanzar un valor de 90.000 millones de euros, en base a una selección de productos que “reequilibraran” la balanza comercial con la potencia norteamericana.

 

Sin embargo, una vuelta atrás en la globalización de una industria como la confección de moda es poco probable, aunque se fijaran de nuevos cupos y aranceles. En Europa falta base industrial y mano de obra para reactivar de forma masiva (en volumen) una industria de bajo valor añadido e intensiva en mano de obra que, por estas condiciones, es una de las primeras que se articulan en los países en desarrollo.