Entorno

Especial 2020: el negocio de la moda en el año del Covid-19

Cómo el Covid-19 estrechó la burbuja del aprovisionamiento

La nueva estructura del ‘sourcing’, llamada a ser más cercana, más flexible y concentrada en menos manos, contrasta con la firma del mayor acuerdo de libre comercio del mundo, que otorga a China más fuerza todavía.

Pilar Riaño

25 dic 2020 - 05:00

Cómo el Covid-19 estrechó la burbuja del aprovisionamiento

 

 

Como cada año, Modaes.es realiza en las últimas semanas de diciembre un repaso a los últimos doce meses en el negocio de la moda, marcados por el impacto de la pandemia del Covid-19. Análisis macroeconómico de España y el mundo, recorrido por los fenómenos sociales que ha provocado el coronavirus y reportajes sobre el impacto en las principales empresas del sector forman el Especial 2020: el negocio de la moda en el año del Covid-19. 

 

 

Igual que mascarilla, desescalada, vacuna o inmunidad, una de las palabras que ha puesto de moda la pandemia del Covid-19 ha sido burbuja. El término burbuja social comenzó a popularizarse después de que Nueva Zelanda, uno de los países que mejor gestionó la lucha contra la pandemia, anunciara la eliminación de los contagios por coronavirus en el país. Igual que con las burbujas sociales los ciudadanos han hecho más pequeños sus círculos de relaciones y han reducido el riesgo de propagación del virus, la industria de la moda también ha reducido las burbujas de su aprovisionamiento. Tras el shock de la paralización de China, la industria de la moda ha comenzado a apostar por un sourcing más cercano, más flexible y concentrado en menos manos.

 

Las primeras referencias al coronavirus en el negocio de la moda surgieron a finales de enero. Aunque en aquel momento el virus parecía algo lejano y encapsulado en China, en sólo una semana los directores de compras y operaciones de los mayores grupos de distribución de moda del mundo tenían ya un único tema de conversación.

 

El coronavirus comenzó su impacto en el sector por los primeros eslabones de su cadena de valor. La moda es una de las industrias con una cadena de aprovisionamiento más complejas y globalizadas del mundo, y con una alta dependencia de China. La epidemia de coronavirus impactó de lleno en el sourcing textil del país, no sólo paralizando fábricas, sino también limitando los envíos de producto. Cada año, la producción de la colección de primavera se divide entre antes del año nuevo chino, que en 2020 comenzó el pasado 25 de enero, y después. Tras las celebraciones, las fábricas deberían haber estado a pleno rendimiento, pero no fue así.

 

 

 

 

Con la campaña primavera-verano en riesgo por falta de abastecimiento y la de otoño-invierno amenazada por una subida de precios (ignorando la avalancha de stock que llegaría después, Primark advirtió entonces que retrasos prolongados en el abastecimiento de China podrían llevar a falta de stock a finales de año), los gigantes de la moda comenzaron a mover sus producciones por todo el mundo.

 

Rápidamente, las empresas comenzaron en febrero y marzo a llevar sus producciones a otros mercados asiáticos como India, pero sobre todo a países de la cuenca euromediterránea en busca de rapidez y flexibilidad. Marruecos, Portugal, Túnez o Rumanía comenzaron a recibir más pedidos de los gigantes de la moda, pero el destino prioritario fue Turquía.

 

Con la misma capacidad y más demanda, la consecuencia fue natural: subida de precios. “Hay colapso de capacidad: los que ya estaban allí han conseguido espacio, pero los que hemos llegado tarde no tenemos opción y pagamos más”, afirmaba a principios de marzo un ejecutivo del sector. El impacto de este movimiento de los proveedores turcos se preveía, sobre todo, en la temporada otoño-invierno 2020, aunque los márgenes de todo el ejercicio ya se veían comprometidos.

 

 

 

 

La industria comenzó entonces a mirar a Bangladesh, pero el traslado al país asiático de las grandes producciones con plazos de entrega rotos por la crisis china hizo que algunos expertos comenzaran a advertir sobre el riesgo de colapso de la industria del país, en plena época de premonzón, con altas temperaturas que afectan a los trabajadores. Al mismo tiempo, países como Myanmar, Camboya o Vietnam empezaban también a sufrir las consecuencias de la pandemia y de la falta de materias primas.

 

Si los gigantes europeos miraron a Turquía como la salvación ante la caída de China, los americanos se dieron la vuelta hacia México. Varios grupos industriales del mercado azteca constataban un aumento de las peticiones de cotizaciones por parte de compañías estadounidenses, aunque el país, así como otros de Latinoamérica, experimentaban falta de abastecimiento de material prima.

 

Y llegó el gran golpe. El 11 de marzo, el mismo día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró pandemia al Covid-19, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, ordenó el cierre de todos los establecimientos del país, excluyendo aquellos que atienden necesidades básicas como farmacias.

 

Tras Italia llegó el turno de España, del resto de Europa y, más tarde, de Estados Unidos. Consumidores encerrados en sus casas, calles cerradas al tráfico y tiendas con la persiana echada. Consecuencia: stock a raudales y, por tanto, las fábricas ya no eran necesarias.

 

 

 

 

Dependencia de Asia

La industria de la moda es una de las más globalizadas del mundo, tanto desde el punto de vista del consumo como de la producción. Pese a la diversificación de polos de aprovisionamiento en los últimos años, con el traslado de la producción a nuevos hubs del Sudeste Asiático, China continúa siendo, y de lejos, la gran fábrica del mundo. El gigante asiático copa el 37,6% de las exportaciones totales de textil y el 31,3% de las de ropa, según los últimos datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

 

Bangladesh y Myanmar, los dos hubs más baratos del mundo, pueden arrebatarle cuota por precio, pero la industria birmana no tiene tanta capacidad como la bengalí. Otros polos atractivos son Camboya y Vietnam, que pueden llegar a competir en precio cuando trabajan con grandes volúmenes, pero el primero acaba de ser retirado del programa de preferencias comerciales Everything But Arms (EBA) de la Unión Europea. En Vietnam, el acuerdo comercial con el mercado común entró en vigor el pasado julio.

 

La pandemia ha puesto de relieve la gran dependencia que tiene la industria de la moda de la producción en Asia, acelerando una tendencia que ya se venía registrando durante los últimos años: el acercamiento de la producción al centro de decisión de las empresas y el consumo para reducir tiempos, riesgo y volumen. Con una industria de la moda cada vez más concienciada con su huella ambiental, reducir volúmenes (fabricando o desperdiciando menos) se torna irremediable y con un entorno (macro, micro y político) cada vez más impredecible, el riesgo (por lejanía o por relación con el proveedor) es una variable a eliminar de la ecuación. La moda busca hoy destinos más cercanos y con volumen, al tiempo que establece relaciones más estrechas con sus proveedores para ganar flexibilidad.

 

 

 

 

La gran distribución de moda basa su modelo en la combinación de la producción en series largas y cortas (más o menos volumen) fabricadas en lejanía (las primeras) y cercanía (las segundas). Mientras compañías como Primark o H&M se apoyan en el volumen y la lejanía, en otras como Inditex la cercanía tiene mucha más importancia. De hecho, el Covid ha puesto de relieve que sólo un modelo como el de Inditex permite sortear una crisis tan imprevista y del tamaño de esta: gracias a su modelo, el grupo pudo paralizar toda la producción y retomarla cuando las tiendas reabrieron y el consumo comenzó a reactivarse.

 

Inditex no fue, sin embargo, la única gran compañía que paralizó sus producciones cuando el Covid echó el cierre a las tiendas. El mayo, McKinsey publicó un informe que concluía que en el primer trimestre cerca del 30% de los operadores de moda redujeron entre un 5% y un 20% el volumen de suministro, mientras que otro 21% lo había recortado entre un 20% y un 50%. El impacto en el segundo semestre sería más fuerte: el 49% de las empresas de moda tenían previsto reducir entre un 20% y un 50% el volumen de pedidos a sus proveedores. Un 7% afirmaba que recortaría más de un 50% el suministro, mientras que otro 34% lo reduciría entre un 20% y un 50%.

 

 

 

 

Según datos de la Bangladesh Garment Manufacturers and Exporters Association (Bgmea), más de 1.100 fábricas del país recibieron cancelaciones o suspensiones de pedidos por valor de 3.180 millones de dólares. “Esta situación lleva a las fábricas de Bangladesh a la agonía”, denunciaba en julio Mostafiz Uddin, director general de Denim Expert y fundador de Bangladesh Denim Expo. Además de Bangladesh, India fue otro de los países más afectados por las cancelaciones de pedidos. Pero, por primera vez, las patronales textiles de Bangladesh e India alzaron la voz y denunciaron la situación, lo que representó una alteración en el orden de fuerzas de la cadena de aprovisionamiento de la moda. Gigantes como Primark se vieron obligados a recular, reactivar las producciones y pagar aquellas que estaban en marcha.

 

En la búsqueda de mayor flexibilidad, el discurso de la relocalización vuelve a sonar con fuerza en la industria de la moda, de manera que territorios como Portugal, Marruecos, Europa del Este y, especialmente, Turquía deberían salir beneficiados de esta crisis. En julio, el 33% de los responsables de aprovisionamiento de todos los sectores habían trasladado la producción fuera de China, según un informe realizado por la consultora Gartner. Pero, igual que Asia, el resto de destinos también sufrieron en 2020.

 

 

 

 

“En marzo, cuando se declaró el Covid-19 en Europa hubo un parón muy agresivo. De la noche a la mañana se cancelaron todos los pedidos -decía en noviembre Mohammed Boubouh, presidente de la Association Marocaine des Industries du Textile et de l’Habillement (Amith)-; con la segunda ola, el día después de que Macron anunció el nuevo confinamiento, todas las marcas españolas y europeas han cancelado pedidos. No sólo eso: se han llevado los tejidos de las fábricas”. Como ha sucedido también en Turquía, Marruecos se ha enfrentado en los últimos meses a cierres de fábricas como consecuencia de la paralización de pedidos.

 

Portugal, en cambio, ha esquivado, en parte, el golpe. Entre enero y septiembre, las importaciones españolas de moda procedentes del país se impulsaron un 2,4%. De hecho, Portugal fue el único de los diez mayores proveedores de moda de España que incrementó sus ventas y el único del top 20 junto con Myanmar.

 

Más cercanía para ganar flexibilidad y menos proveedores para trabajar con más seguridad. Este segundo elemento ya se veía antes del Covid. Mango redujo un 8% sus proveedores globales en 2019, mientras sus compras aumentaron en casi la misma proporción en volumen. En el mismo sentido, en 2019 (ejercicio cerrado en febrero de dicho año) Tendam encogió un 4% su red global de proveedores.

 

 

 

 

El nuevo escenario

Todos los indicios apuntan a que, tras la pandemia, China debería perder fuerza en el aprovisionamiento global. Sin embargo, hay cuatro elementos que juegan en contra de este argumento. Los tres primeros, tal y como explicaba el pasado julio Sheng Lu, profesor en la Universidad de Delaware experto en industria de la moda, tienen que ver con riesgos y consumo: en primer lugar, los países que pueden ofrecer proximidad también sufren con el Covid-19; en segundo, el precio va a tomar más importancia para el consumidor a medida que avance la crisis; y en tercero, si las compañías tienen problemas de cash flow, “no tiene sentido que inviertan en nuevos destinos de sourcing.

 

El cuarto elemento se rubricó el pasado noviembre. China, junto con otras potencias de la región, impulsó la firma del mayor acuerdo de libre comercio del mundo, que engloba a quince países de Asia y Oceanía. Su firma es un triple hito: para la integración comercial y el multilateralismo, para el papel de China como líder global y para la moda, que depende de esta región para su producción.

 

 

 

 

El pacto, que lleva el nombre de la Asociación Económica Integral Regional (Rcep, en sus siglas en inglés) supone la eliminación de la gran mayoría de los aranceles en el comercio entre China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda y los diez miembros de la Asociación de Naciones Unidas del Sudeste Asiático (Asean): Brunéi, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam.

 

Entre todos copan el 48,2% de las exportaciones mundiales de ropa. De hecho, cinco de sus integrantes (China, Vietnam, Hong Kong, Indonesia y Camboya) se encuentran entre los diez mayores exportadores de ropa del mundo y sólo ellos concentran el 39,9% del mercado global, según datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

 

Todos los mercados occidentales dependen de la producción de estos países, pero especialmente Estados Unidos, que importa el 59,2% de su ropa de los países adheridos a la Rcep. En la Unión Europea, la cuota se sitúa en el 32%, según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

 

Este acuerdo tendrá como consecuencia una mayor integración de la cadena de valor de la moda dentro de esta región, haciendo que dejen de apoyarse en destinos fuera del acuerdo. Por tanto, ¿quién pierde? Los que se quedan fuera. Bangladesh, el tercer mayor exportador de ropa del mundo y el segundo mayor hub de la región, no forma parte del acuerdo, por lo que se quedará fuera de la nueva oleada de inversiones.