Entorno

Especial 2020: el negocio de la moda en el año del Covid-19

2020: crónica del año en que el mundo se paró

Pasó de ser una noticia desapercibida en las crónicas de los corresponsales a cambiar el mundo para siempre. El Sars-Cov-2 paralizó el mundo, sacudió las cadenas de suministro, encerró al planeta en su casa y abocó a la economía global a su peor crisis desde la Gran Depresión.

Iria P. Gestal

31 dic 2020 - 05:00

2020: crónica del año en que el mundo se paró

 

 

 

Decían algunas crónicas al finalizar 2019 que este sería el primer año de los nuevos locos años veinte. Lo que pocas recordaban es que antes de las flappers, el jazz y el Gran Gatsby, también hubo un año negro marcado por una pandemia. Hace ahora un siglo, las calles también se vaciaron, los comercios cerraron y las mascarillas se convirtieron en la principal arma contra la entonces mal llamada gripe española.

 

Dentro de cien años, los historiadores relatarán cómo lo que era una neumonía “grave” y “atípica” detectada en la ciudad china de Wuhan terminó por convertirse en 2020 en una crisis sanitaria global, que ha sacudido al mundo, encerrado a todo el planeta en sus casas y llevado a la humanidad a la mayor crisis económica desde la Gran Depresión.

 

 

Enero: se cierra la fábrica de la moda

El primer contagio documentado del coronavirus Sars-CoV-2 se había registrado ya en noviembre de 2019 en la localidad de Wuhan, la capital de la provincia de Hubei, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) no notificó que se trataba de un nuevo coronavirus hasta el 7 de enero. Con todo, cuando comenzó el año todavía se consideraba un problema local, y China se preparaba para el arranque del año de la rata de metal que marcaba el inicio de un nuevo ciclo de sesenta años en el calendario chino y que prometía, según los expertos, un cambio radical.

 

No hizo falta mucho para que ese cambio radical llegara. El 21 de ese mismo mes, las autoridades chinas confinaron y aislaron Wuhan, una ciudad de más de once millones de habitantes. Una semana después, se cancelaron las festividades del año nuevo. El problema era ya de escala nacional. La actividad industrial en la fábrica del mundo se paró y para la moda llegó el primer shock: el de suministro.

 

 

 

 

Aunque normalmente el sector ya anticipa los pedidos antes del parón de las festividades de año nuevo, las semanas pasaron y las fábricas no volvieron a abrir, lo que planteó dudas sobre un posible desabastecimiento para la campaña de primavera-verano o incluso más allá para las empresas que trabajan con series largas, como Primark. Los gigantes de la moda comenzaron a mover sus producciones en todo el mundo, sobre todo a países de la cuenca euromediterránea por su rapidez y flexibilidad.

 

A finales de enero, se detectaron los primeros casos fuera de China: el día 27, el nuevo coronavirus llegó a Oriente Próximo; el 30, a Italia; el 31, a España y ese mismo día se produjo en Filipinas el primer fallecimiento por Covid-19 fuera del gigante asiático.

 

 

 

 

Febrero: golpe al retail chino y primer impacto en Europa

Entre las últimas semanas de enero y las primeras de febrero llegó el impacto al retail. Aunque China nunca estuvo confinada al completo, las marcas optaron por cerrar algunas tiendas y operar con horario reducido en otras y algunas empresas comenzaron, tímidamente, a alertar del potencial impacto en sus resultados.

 

El 5 de febrero, Nike, entonces con la mitad de sus tiendas cerradas en el país y el resto con horario reducido, dijo en un comunicado que esperaba “que la situación tenga un impacto material en nuestras operaciones en China”.

 

Capri, dueño de Michael Kors y Jimmy Choo, cifró la pérdida de ventas en 100 millones de dólares; Tapestry, en 250 millones de dólares. Apenas unos días más tarde, Adidas disparó la alerta situando su estimación en mil millones de euros menos de facturación.

 

Otros grandes grupos cotizados emitieron mensajes similares, la mayoría subrayando que confiaban en el potencial a largo plazo del país. Entonces, el coronavirus era todavía un problema local, aunque el peso de los consumidores chinos se extiende más allá de sus fronteras: del travel retail a las ferias. Eventos como la edición china de Ispo, Intertextile Shanghai, Chic Shanghai o Denimsandjeans Japan, en Japón, se cancelaron.

 

 

 

 

En paralelo, los cambios en el aprovisionamiento empezaron a presionar a otros hubs productivos como Turquía o Bangladesh, a quien el pico de pedidos le cogió en la época de premonzón y tensó su capacidad productiva. Otros polos del Sudeste Asiático y Latinoamérica tuvieron un aumento de pedidos, pero acusaron la falta de materias primas.

 

En Europa, Italia dio la primera señal de alerta: tras detectarse los primeros casos en Lombardía y Véneto, el país decidió cerrar los colegios. Casi de forma simultánea, España sufrió también el primer impacto con la cancelación del Mobile World Congress (MWC), que debía celebrarse en Barcelona entre el 24 y el 27 de febrero.

 

La cancelación del gigante coreano LG, a la que siguieron las de Facebook, Intel, Vodafone o AT&T, entre muchas otras, pudieron más que la presión de las autoridades españolas y catalanas, que insistían en mantener el evento. “El Gsma ha decidido cancelar el MWC20 por la preocupación global que ha generado el brote de coronavirus, viajar y otras circunstancias que hacen imposible que se pueda continuar con el evento”, dijo entonces la organización en un escueto comunicado.

 

 

 

 

Marzo: Europa echa el cierre

Mientras China comenzaba ya a recuperarse, el coronavirus continuaba extendiéndose sin control en Europa. Las empresas de moda pudieron retomar sus producciones sin calibrar todavía que en apenas unas semanas no iban a tener dónde ni a quién vender la ropa. Si el cierre de China había sido duro, la economía europea estaba a punto de presenciar un fenómeno inédito desde la Segunda Guerra Mundial: un doble shock, simultáneo, de oferta y de demanda.

 

Todo se desencadenó la semana del 11 de marzo. El mismo día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el Covid-19 como pandemia, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, ordenó el cierre de todas las tiendas en el país salvo las de primera necesidad, como farmacias, supermercados y gasolineras.

 

En España, el primer caso se había detectado el 31 de enero en La Gomera, pero la primera medida drástica llegó al tiempo que la italiana, cuando la Comunidad de Madrid, entonces la más afectada del país, anunció el cierre de todos los centros educativos y de tiendas. El sábado 14 de marzo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretó el estado de alarma, una medida excepcional que nunca se había tomado en democracia con toda su dimensión. Todos los españoles quedaron confinados y el comercio cerró sus puertas hasta nuevo aviso. De un día a otro, España estaba desierta.

 

 

 

 

En las semanas siguientes tomaron medidas similares Francia, Alemania y Reino Unido, donde Boris Johnson terminó cediendo tras las reticencias iniciales a cerrar el país. A finales de mes, las medidas llegaron a otros países del mundo: India decretó el mayor confinamiento del mundo, sobre 1.300 millones de personas, y el cierre de toda la actividad no esencial, y algunos estados de Estados Unidos comenzaron a tomar medidas similares.

 

La moda pasó de restar importancia al impacto en China a presentar en masa expedientes de regulación temporal de empleo (Ertes) o sus equivalentes en diferentes países y a recurrir a ayudas gubernamentales para aliviar la extrema tensión en la tesorería. En España, el mayor Erte en el sector de la moda fue el de El Corte Inglés, que afectó a 25.900 personas.

 

Los directores de compras pasaron de buscar nuevos polos de aprovisionamiento a cancelar pedidos en masa, y hubs como India o Bangladesh decretaron también el cierre de la actividad no esencial. En paralelo, la industria europea se puso también al servicio del Gobierno: sólo en España, más de 300 empresas como Nylstar o Mixer&Pack se ofrecieron al Ministerio de Sanidad para producir equipos de protección individual (EPIs) o gel hidroalcohólico y los gigantes del retail, por su parte, pusieron a disposición su músculo logístico.

 

A finales de mes y durante dos semanas, el Gobierno endureció el confinamiento con la suspensión de toda la actividad no esencial en el país. “Es el momento de intensificar la lucha”, aseguró entonces Pedro Sánchez.

 

 

 

 

Abril: el mes perdido

Abril fue el único mes de la historia reciente en que todas las calles de buena parte del mundo estuvieron desiertas. No hubo cenas en restaurantes, ni tardes de compras, ni oficinas llenas ni eventos multitudinarios. No hubo nada.

 

Mientras China comenzaba a abrir, en España seguía prorrogándose el estado de alarma cada quince días y aplanar la curva de contagios se convirtió en el objetivo principal de los estados de todo el planeta. Lo histórico del momento se trasladaba también a la grandilocuencia de las comparecencias de Pedro Sánchez, que pedía “sacrificio, resistencia y moral de victoria para vencer al virus”.

 

Por su parte, la moda comenzó a poner cifras al impacto. Euratex estimó que la mitad de las compañías del textil y la confección en Europa anticipaban caídas de ingresos de más del 50% en 2020 y las principales patronales del comercio en España cifraron en un 50% las empresas que podrían cerrar por el cierre forzado de tiendas.

 

 

 

 

Las empresas europeas y estadounidenses anunciaron planes de contingencia con créditos y recortes de gastos y las ferias comenzaron a aplazar también sus citas a junio o julio, aunque todavía tímidamente.

 

Tras mes y medio con las tiendas cerradas y mientras los retailers recortaban costes allí donde podían, se abrió el debate de los alquileres. Grupos inmobiliarios como Merlin anunciaron condonaciones y retailers como Gap dijeron abiertamente que no pagarían las rentas de abril.

 

En España, el Gobierno tardó en mediar, aprobando finalmente una moratoria de cuatro meses para locales de grandes tenedores y cuyos inquilinos fueran pymes, aunque no se podía imponer si ya se había llegado a un acuerdo anterior.

 

A finales de abril, se permitió a los niños salir de casa a pasear y los españoles comenzaron a ver el final del túnel con el anuncio de un plan de desescalada en cuatro fases para salir progresivamente del confinamiento. En la fase 0, que comenzaba el 4 de mayo en todo el país, se permitía la apertura con cita previa; en fase 1, la apertura generalizada con aforo limitado al 30%; en fase 2 se sumaban los centros comerciales y en fase 3 se relajaban las limitaciones de aforo y se permitía la reapertura de zonas comunes de los centros comerciales.

 

 

 

 

La polémica llegó por la clasificación del comercio que establecía el Gobierno, que en un primer momento separó “pequeño” comercio de centros comerciales y después, en un primer borrador, permitía la apertura de cualquier tienda a pie de calle antes que los complejos. Finalmente se fijó el corte en 400 metros cuadrados, aunque las tiendas de mayor superficie podían acotarlos.

 

En Europa, el comercio comenzó a reabrir ya en abril: Alemania permitió que volvieran a operar las tiendas de menos de 800 metros cuadrados e Italia dio luz verde a librerías y comercios de ropa infantil. La reapertura de Estados Unidos y Francia no llegaría hasta mayo y la de Reino Unido, ya en junio.

 

También en abril, el Fondo Monetario Internacional (FMI) puso cifras al impacto económico de la pandemia y le puso nombre a la crisis que está por venir: the Great Lockdown o la Gran Reclusión. El organismo estimó una caída del Producto Interior Bruto Mundial del 3% en 2020, el mayor desde la Gran Depresión, y un rebote en 2021.

 

 

 

 

 

Mayo: una nueva forma de comprar

Con la reactivación de parte de la actividad económica, el mundo comenzó a atisbar lo que los Gobiernos llamaron la nueva normalidad. El gel hidroalcohólico y la distancia de seguridad, que habían condicionado ya la escasa vida exterior en abril, marcaron el regreso a las calles junto con un nuevo elemento, la mascarilla.

 

En España, el 20 de mayo se decretó su uso obligatorio sólo en espacios interiores y cuando no pudieran mantenerse las distancias de seguridad, aunque terminó extendiéndose su obligatoriedad en todo momento ya entrado el verano.

 

En las tiendas, el regreso estuvo marcado por fuertes inversiones en seguridad, con la instalación de mamparas, elementos para gestionar el tráfico y gel hidroalcohólico en cada esquina. También se cerraron los probadores y el Gobierno llegó a obligar desinfectar las prendas que fueran devueltas o a dejarlas en cuarentena.

 

 

 

 

El otro foco de debate fueron las rebajas. La Orden Ministerial publicada el 9 de mayo, antes de que gran parte del país entrase en fase 1, escondía una sorpresa en forma de disposición adicional segunda: el Gobierno prohibía las rebajas.

 

Tras declaraciones contradictorias del Ministerio de Comercio, que aseguraba que lo que se restringían eran las aglomeraciones, y Sanidad, que insistió en que las promociones no estaban permitidas, el Gobierno dio marcha atrás y las autorizó.

 

 

 

 

Junio: arranca la nueva normalidad

A principios de junio se completó la reapertura del comercio, aún con limitaciones de aforo, con el salto a la fase 2 de Madrid y Barcelona, lo que permitió que volviera a operar El Corte Inglés al completo y que reabrieran centros comerciales y macrotiendas.

 

Además, Inditex fue el primer gran grupo del sector en poner cifras al impacto de la pandemia. La compañía redujo sus ventas un 44% entre febrero y abril y entró en pérdidas. Asimismo, trazó un nuevo plan estratégico que incluía 1.200 cierres brutos hasta 2021.

 

Mientras, el virus continuaba golpeando con dureza a países como India o Bangladesh, y siguieron sucediéndose las cancelaciones de pedidos. El 1 de junio, Primark, el único gran distribuidor de moda que no tiene canal online, acumulaba stock por valor de 2.110 millones de euros.

 

 

 

 

En España, el día 21 decayó el estado de alarma y gran parte del territorio entró en la nueva normalidad, en la que se permitía la movilidad y se devolvieron las competencias de sanidad a las autonomías.

 

En un foro de la Ceoe, Pablo Isla, presidente de Inditex, aseguró que el impacto sería “enorme”; Patricia Botín, de Banco Santander, lo calificó de “el mayor shock en cien años” y Juan Roig, de Mercadona, dijo que la crisis será “muy, muy, muy, muy dura”.

 

La vacuna parecía entonces una utopía, al menos hasta 2021, y aunque los analistas económicos coincidían en que el resto del año sería duro, la moda confiaba en una recuperación lenta durante una etapa de transición mientras permaneciera la amenaza del virus.

 

 

 

 

Julio y agosto: un verano sin turistas

El confinamiento funcionó para doblegar la curva de contagios y salvo el cierre perimetral de Lleida a principios de julio y zonas de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona) unos días después, España, como toda Europa, se instaló en una suerte de calma tensa. Nada era como antes, pero al menos los ciudadanos podían moverse de nuevo; había restricciones, pero los Gobiernos invitaban a consumir y estimular el turismo nacional, y buena parte de la población pensó que se podía convivir con el virus.

 

Mientras la mayoría de indicadores macroeconómicos dibujaron un brusco repunte en el segundo trimestre, en términos intertrimestrales, hubo uno, estratégico para la moda, que no remontó: el turismo.

 

 

 

 

Pese a que se reabrieron las fronteras, España recibió a sólo 2,5 millones de turistas extranjeros en julio, un 75,1% menos que en el mismo mes del año anterior, y en agosto, cuando algunos países impusieron cuarentenas a los viajeros, llegaron sólo 2,4 millones, un 76% menos. En el acumulado de los ocho primeros meses del año, España acogió a 15,7 turistas internacionales, frente a los 58,1 millones del mismo periodo de 2019.

 

En verano llegó también la reapertura a Latinoamérica: países como México, Chile o Argentina comenzaron en julio y agosto a retomar la actividad de forma paulatina, aunque como buena parte del planeta terminaron imponiendo nuevas medidas en la recta final del año. Mientras, desde Wuhan, la zona cero del coronavirus, llegaban las imágenes de una multitudinaria fiesta. La ciudad no registraba ningún contagio local desde mayo.

 

En julio llegó también el acuerdo para el gran pacto para la recuperación en Europa, que incluye 390.000 millones de euros en ayudas directas para estimular la economía. Parte de esas ayudas estarán destinadas al textil: en concreto, Euratex recurrirá a los fondos europeos para poner en marcha cinco hubs de reciclaje textil, de los cuales uno estará en España.

 

 

 

 

Septiembre: llega la segunda ola

En septiembre, llegó lo que los expertos llevaban alertando desde primavera: la segunda ola de contagios y, con ella, nuevas restricciones. “El virus no ha estado durmiendo durante el verano, no ha tomado vacaciones”, dijo Andrea Ammon, directora del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (Ecdc). Hans Kluge, el director de la OMS para Europa, calificó los datos de “alarmantes”. El número de casos diarios llegó a superar los 50.000 contagios, frente al récord de 43.000 contagios diarios batido en abril.

 

El 18 de septiembre la Comunidad de Madrid, la primera que sufrió la segunda ola de la pandemia, anunció una nueva batería de restricciones. El Ejecutivo autonómico impuso restricciones a la movilidad en 37 zonas básicas de salud de la comunidad y la reducción del aforo al 50% en el comercio. En un primer momento, la medida tenía una duración de quince días.

 

Además de la restricción del aforo, Madrid también fue la primera región que decretó el cierre de tiendas y restaurantes a las diez de la noche, salvo farmacias, veterinarios, gasolineras y otros establecimientos considerados esenciales. Además, se prohibió el servicio en barra en la restauración. Aunque logró evitarse un temido nuevo confinamiento domiciliario, el Gobierno impuso a finales de mes un cierre perimetral en algunas zonas de la capital, que incluía también limitar reuniones a seis personas, aforos y cerrar parques infantiles en algunos municipios.

 

 

Octubre, más restricciones para contener al virus

La escalada de contagios en octubre forzó a numerosos países europeos a tomar de nuevo drásticas medidas. El objetivo era frenar la curva y tratar de salvar por la mínima la Navidad, clave para sectores como el comercio. A escala nacional, Países Bajos fue uno de los primeros países en tomar nuevas medidas para frenar la segunda ola. El país decretó el 14 de octubre el cierre de bares y restaurantes durante un mes y redujo los encuentros sociales a tres invitados por casa.

 

En República Checa, el segundo país europeo tras Bélgica más afectado por la segunda ola, el confinamiento se decretó el 22 de octubre e incluyó también el cierre del comercio. Eslovenia, el primer país europeo que se declaró libre de Covid-19, también recuperó en octubre las restricciones, con un toque de queda a partir de las nueve de la noche y reuniones limitadas.

 

En España, el avance del virus provocó que el Gobierno decretara de nuevo el estado de alarma el 25 de octubre con el objetivo de poder decretar un toque de queda de once de la noche a seis de la mañana en todo el país y permitir a las comunidades autónomas la restricción de entradas y salidas de sus territorios. La declaración llegó también con un jarro de agua fría para las expectativas: Pedro Sánchez anunció su intención de prorrogar el estado excepcional hasta el 9 de mayo. “Es el plazo que consideramos necesario, aunque no es inamovible”, dijo el presidente.

 

 

 

 

Algunas comunidades autónomas implementaron restricciones más duras, especialmente sobre el comercio. Cataluña impuso restricción al 30% el aforo en el comercio, independientemente de su superficie. Además, los espacios comunes de centros comerciales tenían que permanecer cerrados y las tiendas de más de 400 metros cuadrados, tener control del aforo en tiempo real. Los comercios de servicios con contacto también debían cerrar, salvo las peluquerías. Las medidas incluían asimismo el cierre de bares y restaurantes hasta final de mes, así como suspender ferias, congresos y convenciones.       

A finales de mes, la Generalitat dio un paso más y cerró todos los comercios no esenciales de más de 800 metros cuadrados y los centros comerciales, salvo en el caso de las tiendas que tuvieran acceso independiente. Aragón o Navarra también impusieron nuevas medidas, que incluyeron restricciones de aforo y de horarios a la hostelería y el comercio.

 

En Europa, el golpe para la moda llegó en la última semana de octubre, cuando Francia, el mayor cliente de la moda española en el exterior, decretó el cierre de todo el comercio no esencial en el marco de un nuevo confinamiento en todo el país.

 

 

 

 

Noviembre: una de cal y otra de arena

Con la llegada de noviembre, otras de las grandes economías europeas se sumaron también a los cierres. Italia cerró los centros comerciales durante los fines de semana e instauró el toque de queda a las nueve de la noche en las zonas especialmente afectadas por el virus, donde también se prohibió la movilidad a otras comunidades.

 

En Alemania, la restauración, el ocio y la oferta cultural echaron el cierre a partir del 2 de noviembre y durante un mes con el objetivo de salvar la campaña navideña, aunque el comercio esquivó entonces las restricciones. Reino Unido, que había decretado ya una primera batería de medidas en octubre, confinó Inglaterra, que se sumó al cierre de tiendas que imperaba ya en Gales.

 

Portugal confinó a 121 municipios del país, incluidos Lisboa y Oporto, donde la incidencia acumulada superaba los 240 casos por cien mil habitantes en los catorce días anteriores. La medida no incluía el cierre del comercio ni de la hostelería, aunque sólo se podía salir de casa para actividades como ir al supermercado, a trabajar o a cuidar de personas mayores.

 

 

 

 

Bélgica decretó el cierre del comercio no esencial para contener la segunda ola de contagios, y mantuvo el toque de queda de diez de la noche a seis de la mañana en las regiones de Valonia y Bruselas.

 

En España, el undécimo mes del año comenzó con Castilla y León y Asturias sumándose a los cierres del comercio. Todos los establecimientos de más de 2.500 metros cuadrados tuvieron que bajar la persiana en Castilla y León y Asturias echó el cierre a toda la actividad no esencial.

 

Por su parte, Cataluña prorrogó el cierre de los centros comerciales hasta el 22 de noviembre en un primer momento, aunque la Generalitat inició un baile de fechas que acabó con los centros comerciales abriendo el 14 de diciembre. Esta nueva tanda de cierres forzó una nueva oleada de Ertes, a los que se acogieron grupos como El Corte Inglés, H&M o Mango.

 

Mientras buena parte de Europa se cerraba de nuevo, llegaron también las primeras buenas noticias de este año para olvidar. El 18 de noviembre, Pfizer anunció que su vacuna contra el Covid-19, desarrollada en colaboración con Biontech, tenía una eficacia del 95% y solicitó su aprobación de emergencia. Nunca antes en la historia se había encontrado tan rápido una vacuna para frenar una pandemia. La bolsa estalló de júbilo: el final estaba cerca.

 

 

 

 

Diciembre: llega la vacuna

Diciembre tuvo nombre de mujer: el de la británica Margaret Keenan, la primera persona en recibir la vacuna en Europa, el día 8; la enfermera Sandra Lindsay, de las primeras en ser vacunada en Estados Unidos, y, finalmente, el de Araceli Hidalgo, que estrenó la campaña de vacunación en España el día 28.

 

Pero la inmunidad tardará en llegar. Salvador Illa, ministro de Sanidad, fijó el final de la pandemia para finales del próximo verano, una vez se haya logrado ya la inmunidad del 70% de la población.

 

Mientras eso llega, Europa continúa con las persianas bajadas. Las medidas de noviembre no fueron suficientes para frenar la curva y Francia, Alemania, Países Bajos, Italia y Reino Unido reforzaron las medidas restrictivas a pocos días para que dieran comienzo las vacaciones de Navidad.