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Isidor Boix (CCOO): “Hay que recordar que la solución no es quitar fábricas y plantar pinos”

Sintetización de intereses, interdependencia e incluso redistribución. Estas son las claves, según Isidor Boix, ex director del departamento de Responsabilidad Social Corporativa de Fiteqa (CCOO), para poner solución a conflictos globales del sector de la moda.

I. P. G.

29 abr 2022 - 04:49

Isidor Boix, Fashion Sustainability Shot

 

 

Isidor Boix, ex director del departamento de Responsabilidad Social Corporativa de Fiteqa (CCOO), habla sobre redistribución, producción e intereses contradictorios que tienen los países en cuanto al sector de la moda. El sindicalista sostiene que “la reestructuración del mundo permitiría que hubiese una nueva redistribución”, alegando que, actualmente, también se distribuye en función de inercia o de culturas. Según el experto, también existe una interdependencia entre países, que provoca que la globalización sea irreversible. Y las claves para resolver el conflicto de la redistribución serían “sintetizar intereses”, pero “esto es muy complicado”, apunta Boix.

 

 

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Pregunta: La moda ha avanzado mucho en materia de responsabilidad ética y social en los últimos años, pero ¿qué es lo que queda por hacer?

 

Respuesta: Todavía queda mucho e, inevitablemente, nunca se llega al final. Cuando lleguemos al final surgirán otros temas y siempre quedarán cosas.

 

 

P.: ¿Qué habría que poner primero en la lista de tareas?

 

R.: Hay varias cosas, aunque establecer prioridades quizás no es lo más adecuado porque hay frentes y protagonistas distintos. El trabajo decente es un tema clave, pero también lo es el entorno de las fábricas y su repercusión en el ambiente, y los agentes sociales, económicos, políticos e institucionales también lo son, aunque muy internacionales.

 

 

P.: La moda española ha sido pionera en muchas cosas, ¿qué ha hecho bien en esta materia?

 

R.: La moda española, entendiendo por moda todos los agentes que estamos implicados en ella, ha jugado un papel líder incluso y hay una pequeña cifra, pero muy elocuente: en este momento en el mundo hay ocho acuerdos marco globales con el sindicalismo y, de estos ocho, cuatro son españoles. Y no solamente estamos en el cincuenta por ciento, sino que incluso el contenido de los acuerdos y su práctica y aplicación no está siendo sólo prioritario, sino único. Esto no es un mérito sino un defecto. En ese sentido no somos distintos; este resultado no significa que tengamos genes particulares, sino que hemos asumido el tema desde hace ya más de veinte años, y partíamos de una realidad importante. En España contábamos con la primera distribuidora mundial, Inditex, y una peculiaridad como sus fábricas y trabajadores. Esto puede explicar, pero no justificar, que no haya acuerdos marco en Italia. Nosotros si que podemos presumir de tener un liderazgo mundial en este tema.

 

 

 

 

P.: ¿Llega esto al consumidor final?

 

R.: Llega, más o menos, de alguna manera. En las universidades españolas también se trata este tema, como en la Universidad de Salamanca, que ha realizado recientemente un seminario importante y casi único a escala mundial. Era en Salamanca, pero había doce universidades españolas entre profesores y doctorados, cinco italianas, una de Reino Unido, una francesa y otra suiza. Esto indica que, sobre el tema, han escrito mucho y bien diversos profesores, investigadores, periodistas e ideólogos, pero quizás no hay otro equivalente que esté haciendo una labor regular como la Universidad de Salamanca, que lleva ya diez años. En ese sentido, hay un contagio en positivo sobre la inmersión, que acaba teniendo cierta repercusión, y también en la medida en la que las empresas han comenzado a entender que no es un perjuicio. Esto puede tener muy pocas repercusiones negativas, como costes de organización, por ejemplo, pero también tiene repercusiones positivas, como el eco que están percibiendo.

 

 

P.: ¿Es mejor comunicar que se está haciendo algo aunque eso implique también reconocer todo lo que queda por hacer?

 

R.: Sí. No todos los comunicadores de las empresas coincidirían con lo que voy a decir, pero es útil y también me temo que es necesario. El comunicar provoca eco y el eco es cómo la sociedad percibe lo que se esté haciendo. En sí mismo, esto ya es un aprendizaje positivo y comprobar que las cosas tienen resultados, tanto para nosotros como para otras personas en el mundo, lo que provoca una satisfacción para los trabajadores. En mi caso en concreto, ha sido una de las experiencias más satisfactorias de mi vida.

 

 

 

 

P.: Se ha hablado mucho sobre el papel que ha tenido la moda en el desarrollo económico de países emergentes, no sé si está de acuerdo con ese planteamiento y si continua siendo así.


R.: Hay países en los que la industria de la moda y sus exportaciones son esenciales. Lo negativo es que hay países emergentes cuyo mayor porcentaje de actividad industrial es para la exportación. Esto quiere decir que están fabricando productos de consumo para los demás, no para ellos. Esto no es positivo porque no es lo adecuado. Al mismo tiempo, estos países tienen un Producto Interior Bruto en el que esta industria es muy importante. La industria de la moda seguramente es de las que más ha avanzado, porque la estructura del producto permite una externalización. Ahora, para Inditex trabajan entre dos y tres millones de personas y no es posible tener fábricas en Galicia con dos o tres millones de trabajadores. Por lo tanto, no es exactamente deslocalización sino externacionalización o, incluso, redistribución mundial de la producción.

 

 

P.: Esta redistribución ha estado mucho en el centro del debate a raíz del Covid, que nos ha hecho replantear el mapa mundial del aprovisionamiento. ¿Marcará un antes y un después en la relación con los proveedores?


R.: Cambio seguro, porque la experiencia es muy importante. Hay una cierta discusión sobre si se avanza hacia otra globalización o hay desglobalización o desinversión en los procesos. Habrá una nueva globalización, pero si se hace hacia atrás, puede provocar una guerra nuclear, porque podemos volver a las catacumbas y sería un retroceso evidente. En paralelo, el mundo cada día es más pequeño; las comunicaciones son las que son; Internet ha modificado todo sustancialmente y el Covid también. Al principio no estaba claro si era epidemia o pandemia, pero finalmente ha sido superpandemia. La globalización no tiene retroceso en el sentido global, pero sí una nueva reestructuración. Hay gente que preconiza que “hay que poder fabricarlo todo”, aunque yo diría que en cada polo se puedan construir aviones y mascarillas es absurdo porque no es posible. Hay fenómenos nacionalistas, en el sentido negativo del concepto, que preconizan eso, y ahora en Francia lo hemos visto con las elecciones; en Reino Unido con el Brexit y aquí con el independentismo. Este fenómeno emerge. En la Unión Europea no está garantizado el concepto europeo, pero es muy difícil retroceder en mundos más pequeños, por lo que no hemos resuelto el problema de la gobernanza global. Aún no está claro que seamos capaces de resolver eso.

 

 

P.: ¿Cuáles serían las claves para resolverlo?


R.: Ojalá tuviera la receta. Es muy complicado. Tendríamos que ser capaces de sintetizar intereses, pero esto es muy difícil. Para Alemania hoy el gas es tan importante que no está claro su papel en el conflicto de la criminal invasión de Ucrania por parte del ejército ruso. Hemos visto que esto genera problemas complicados y también hay contra reacción. Ahora, el acuerdo de España con Países Bajos en relación con la estructura financiera europea apunta a que también se rompen viejos esquemas de confrontación. La gobernanza global sólo será posible si hay concepto de síntesis posible de los intereses contradictorios. En el desarrollo del mundo es evidente que los diversos colectivos personales, colectivos, sociales, económicos y territoriales generan intereses contradictorios. La clase trabajadora que hace un siglo parecía una cosa muy homogénea en su planteamiento sindical, pero hoy cuando se busca cómo organizar un convenio colectivo hay que tener en cuenta todos los pequeños colectivos, la multiplicidad de eventos que lo integran, migraciones, culturas… y sintetizarlo. A escala global, aún es más complicado, pero si entendemos que es necesario tendremos la voluntad de avanzar.

 

 

 

 

P.: ¿La dependencia es un problema?


D.: Tenemos interdependencia. Dependemos de China y de Rusia pero ellos dependen de nosotros, de Alemania, de Estados Unidos, del consumo, de la selva amazónica… La interdependencia es el fenómeno. Yo decía que la globalización es irreversible, precisamente, por esa interdependencia.

 

 

P.: Ahora que se habla tanto de relocalización, ¿qué impacto puede tener esto en el sudeste asiático?


R.: Bastante. Aunque hay elementos interesantes. Pensamos que en el sudeste asiático hay miseria, y la hay, pero en estos países el incremento del nivel de vida es un fenómeno muy importante, y el incremento de derechos también. Discutiendo esto, alguien dijo que la globalización provoca la violación de derechos y la miseria, que es verdad, pero si nos quedamos en eso, desconoceremos que hay una evolución en el mundo muy interesante. Se está produciendo un reequilibrio mundial evidente. En China, en las zonas industriales, el salario mínimo legal es superior al de Bulgaria, un país de la Unión Europea. Esto sólo debería hacernos reflexionar y hacernos preguntar el por qué. También hay margen para el incremento de los salarios y, en la medida en la que este reequilibrio puede reordenar la producción global también supondrá que su propio mercado crecerá. Hoy, China ya no es sólo el taller del mundo, es también un mercado del mundo. En estos países empieza a haber producción para su propio consumo, lo cual no solamente es lógico, sino que también es legítimo y necesario. El reequilibrio del mercado mundial también provoca que esta reordenación de la distribución de la producción no tenga por qué ser necesariamente el abandono industrial de estos países, sino también su reorganización industrial. Al mismo tiempo, la productividad del trabajo en estos países aumenta mucho y hay mejor capacidad y formación de los trabajadores. El incremento de los salarios también es resultado de un incremento eficaz de la productividad, de la organización del trabajo y del propio consumo del país.

 

 

P.: ¿Puede ser que de alguna manera se regionalice un poco la producción con el crecimiento de estos mercados de consumo?


R.: Estoy seguro de que sí. Pero no tanto quizás desde el punto de vista de la concepción de regiones mundiales desde el punto de vista del transporte. No será haciendo núcleos para todas las actividades, sino reordenando en función de materias primas, el clima, estaciones… Un problema para la industria de la moda es que hay dos hemisferios; cuando en uno hace calor, en el otro hace frio y el producto no puede ser el mismo. Hace unos años, pensar que la ropa que se vende a dos o tres euros se podía llevar en aviones era impensable, porque el coste del avión cuando se compraba un billete era muy elevado. Pero hoy día se hace. La reestructuración del mundo también permite que haya redistribución. A veces también se distribuye en función de inercia o culturas. La reorganización del mundo tampoco será la autarquía de la redistribución de cada país o región mundial, sino una nueva redistribución con mecanismos de interrelación. Hace dos años era impensable trabajar a distancia para la otra parte del mundo, y hoy día se puede hacer.

 

 

 

 

P.: En Europa, aunque sea para traer una parte de la producción, ¿qué haría falta?

 

R.: Europa es uno de los primeros mercados del mundo, pero Europa debe ser más Europa todavía. Es absurdo que cada país esté haciendo su propia estructura, desde machetes, fusiles, cañones y bombas, pero es evidente que Europa debería ser más una unidad: política, cultural, organizativa e industrial, y todavía falta mucho. El tema de la energía en particular está demostrando la necesidad de unificar más Europa. Los temas institucionales, políticos y culturales también nos empujan en ese sentido.

 

P.: Estados Unidos ha prohibido hace poco las importaciones de Shing Yan. ¿Vuelve a ser la moda moneda de cambio en las guerras comerciales?


R.: Sí, la moda y todo. El petróleo, el gas, la electricidad y las piedras para fabricar fertilizantes. Cuando hay una guerra o una tensión, se busca cómo perjudicar al contrario, pero sí habrá reordenación, e incluso la habrá por algo inevitable, como el propio consumo. Está por ver si la cuestión de productos de usar y tirar con el ritmo que lo estamos haciendo es lo más adecuado. Lo cierto es que esta reorganización afectará al consumo, incluyendo la moda, el neumático y todo en general. No hay que planteárselo como pánico ante lo que está sucediendo, sino como algo necesario. El mundo está pasando en un momento de transición importante. Hacia dónde y cómo está por ver e incluso por inventar todavía.

 

 

P.: Durante muchos años, cada vez que se pensaba en sostenibilidad se nos venía a la cabeza derechos humanos. Ahora, todo es impacto medioambiental, nuevos materiales… ¿se ha dejado de lado el ámbito ético?


R.: No se ha dejado de lado, pero sí es cierto que ya no se habla tanto, porque también en esos temas hay modas. Las modas provocan estímulos de investigación, de tertulia y de todo. Es útil que se entienda que la sostenibilidad no es sólo trabajo decente. La dignidad del trabajo es clave, porque también el ambiente forma parte del trabajo. Hay tensión entre la defensa del trabajo y defensa del ambiente. En polémica con los ambientalistas en algún momento hace falta recordarles que la solución no es quitar fábricas y plantar pinos, sino que la solución está en dónde ubicar las fábricas; también que, en lugar de expulsar el CO2 a la atmósfera, se reutilice y sea fuente de energía como se está consiguiendo en algunos casos ya; que la utilización del hidrógeno empiece a ser más importante. Hay temas interrelacionados con intereses no idénticos. Es muy útil que todo sea sostenibilidad y se hable como término general más que hablar de cada uno de los componentes de la propia sostenibilidad. En ese sentido, la sostenibilidad incluye integrar e interrelacionar. El trabajo decente tiene una actividad sindical de años y siglos, y el ambientalismo ha formado parte de un concepto cultural que no organizativo de la sociedad. En medida en que se está integrando en el concepto más colectivo y menos de apariencia o slogan, será más fácil interrelacionar ambos aspectos.