Entorno

Una pandemia que azuza el círculo vicioso de la desigualdad

La desigualdad se ha puesto de relieve en la gestión de la pandemia en las diferentes ratios de vacunación ante el Covid-19: del 7% de la población en los países pobres al 75% en los países ricos.

C. De Angelis

13 ene 2022 - 04:51

Una pandemia que azuza el círculo vicioso de la desigualdad

 

 

Rinoceronte gris o cisne negro, de origen natural o accidente en un laboratorio de Wuhan, castigo para la economía mundial o remedio necesario ante su recalentamiento. Casi dos años después de la declaración de la pandemia global del Covid-19 son todavía muchos los interrogantes abiertos sobre las causas y las consecuencias de un coronavirus que ha sido el gran elemento disruptor de la tercera década del siglo XXI. Lo que sí queda claro es que la gestión de la pandemia ha puesto de relieve la importancia de uno de los grandes problemas socioeconómicos globales, la inapelable desigualdad que se da en los niveles de bienestar en el conjunto del planeta.

 

 

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El problema, del que ya venían advirtiendo mucho antes del estallido de la pandemia los grandes organismos económicos mundiales (empeñados en hacer calar conceptos como crecimiento inclusivo), se ha revelado de nuevo con una pasmosa dureza, a tenor de las diferencias entre las ratios de vacunación entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo. Pero también se han puesto en evidencia, particularmente con el surgimiento de variantes como ómicron, las consecuencias económicas que la desigualdad puede tener para el conjunto del mundo: sencillamente, un planeta tan desigual como el actual no parece ser un muy buen negocio.

 

António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ya habló en enero del pasado año de la “fiebre nacionalista de vacunación” que, adviertió, resultaría “contraproducente” y retrasaría la recuperación global. En octubre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció la puesta en marcha de una nueva estrategia para lograr la vacunación mundial contra el Covid-19 para mediados de 2022 para poner fin a “lo que se ha convertido en una pandemia a dos velocidades: la de los países más pobres, en los que las personas siguen corriendo peligro, y la de los países más ricos, con altas tasas de vacunación, cuyas poblaciones disfrutan de una protección mucho mayor”.

 

 

 

 

El punto de partida no es particularmente esperanzador: según datos de diciembre del Banco Mundial, “poco más del 7% de las personas en los países de ingresos bajos han recibido una dosis de las vacunas en comparación con más del 75% en los países de ingreso alto”.

 

“La OMS -prosigue este organismo- se había fijado la meta de que el 10% de la población de todos los países, economías y territorios estuviese vacunada para finales de septiembre, pero cuando se alcanzó esa fecha, 56 países, la gran mayoría de África y Oriente Próximo, no habían logrado alcanzarla”. Tedros Adhanom, director general de la OMS, indicó que “la ciencia ha cumplido su parte ofreciendo, con mayor rapidez que frente a cualquier otro brote de la historia, herramientas poderosas para salvar vidas, pero la concentración de esas herramientas en manos de unos pocos países y empresas ha llevado a una catástrofe mundial en la que los ricos están protegidos, mientras que los pobres permanecen expuestos a un virus mortal”. Y con más contagios, también llegan más variantes.

 

 

 

 

Más allá de ello, la pandemia ha tenido ya un efecto de freno a la globalización, particularmente en el comercio mundial de servicios, y ha intensificado una tendencia hacia una mayor desigualdad en el interior de las economías nacionales. Margarita Delgado, subgobernadora del Banco de España, traza directamente un triángulo con los coceptos Covid-19, desigualdad y globalización, con un statement claro: “la desigualdad y la globalización han influido en el impacto de la pandemia, y esta puede cambiar las tendencias de futuro de ambas”. En una presentación realizada en un seminario organizado por CEI International Affairs, Delgado señaló en octubre a “la asimetría y las consecuencias distributivas del Covid: se han agudizado las debilidades y fortalezas preexistentes, generando desequilibrios internos y externos”. Esto se ha apreciado entre regiones y países (convergencia) y dentro de los países (desigualdad).

 

En este sentido, la subgobernadora del Banco de España recuerda que desde los años 90 la globalización ha significado un descenso de la desigualdad entre países, pero también un cierto aumento de la misma dentro de los países. En España, según datos de CaixaBank Research, la pandemia disparó en 2020 la desigualdad entre las nóminas más altas y más bajas, un efecto que sólo pudo ser compensado en parte por las ayudas públicas activadas por el Estado. En abril de 2020, el índice Gini, de referencia para analizar el nivel de desigualdad en las rentas, anotó un incremento respecto a febrero de ese año en España del 10,96 puntos, que sólo se vio atenuado a 2,62 puntos por efecto de las transferencias públicas.

 

El efecto fue disipándose en los meses posteriores al confinamiento, pero los datos apuntan a que, pasada la pandemia, se ha cronificado un incremento de la desigualdad salarial en el país. Según los últimos datos disponibles, el índice Gini aún era en agosto de 2021 más alto en 1,61 puntos que en febrero de 2020 (1,26 puntos después de las transferencias públicas).

 

 

 

 

En un ámbito global, el efecto del Covid-19 ha sido mucho más drástico en términos de desigualdad y generación de nuevos pobres. Según datos del Banco Mundial, debido a la pandemia la pobreza extrema aumentó en 2020 por primera vez en más de veinte años y alrededor de 100 millones más de personas viven hoy con menos de 1,90 dólares al día.

 

Otro efecto perverso y particularmente trascendente de la crisis pandémica en los países de ingresos bajos es que las cargas de la deuda en los mercados emergentes y las economías en desarrollo han aumentado durante la pandemia, según señala el Banco Mundial. “El desafío se agudiza en los países de ingresos bajos: la mitad de ellos estaban en una situación crítica causada por el sobrendeudamiento o en alto riesgo de estarlo antes de la aparición del Covid-19; esto se produce después de una década en la que se ha observado la expansión más rápida, más grande y más amplia de los niveles de deuda en todo el mundo”, señala la entidad.

 

La carga de la deuda se hará sentir mucho tiempo después de que desaparezca el virus -advierte-, cuando aumenten los costes del servicio de la deuda, desacelerando la recuperación y dificultando los esfuerzos para enfrentar otros desafíos del desarrollo, incluido el cambio climático”.