John B. Fairchild, l´enfant terrible de WWD
4 mar 2015

“Women´s Wear Daily debería ser divertida, entretenida, no aburrida. Y controvertida, porque la moda es controvertida”. Desde esta premisa, John B. Fairchild hizo historia en el periodismo de moda al revolucionar la línea editorial seria, rigurosa, y desde su punto de vista, “inmensamente aburrida”, que WWD seguía desde que su abuelo Edmund W. Fairchild fundara la revista en 1910.
John B. Fairchild (Newark, 1927) falleció el pasado viernes a los 87 años. A pesar de que se retiró a los 70 años, siguiendo el ejemplo de lo que había hecho su padre, cualquiera que quisiera tener una opinión sincera sobre una determinada colección, alguna marca de moda, y sobre todo, la visión desde dentro de la alta costura francesa en la década de 1950, y de la industria norteamericana de la moda a partir de esa fecha, tenía que preguntar a John Fairchild.
Después de pasar por el ejército, de graduarse en Humanidades en Princeton y de una breve experiencia laboral en unos grandes almacenes de Detroit, empezó a escribir para Women´s Wear Daily en la línea editorial practicada en la revista desde sus inicios. WWD era en aquél momento la publicación de referencia donde podían leerse las noticias económicas del mundo del negocio textil norteamericano. Al mismo tiempo, esta industria era el soporte económico de la publicación; la revista vivía de la publicidad de las empresas más básicas de tejidos: productores de poliéster, nylon, algodón…; y, de compañías productoras de maquinaria e instrumentos especializados para la fabricación textil.
En 1965 John B. Fairchild sustituyó a su padre en la presidencia de la revista y cambió el enfoque de la publicación incorporando una vertiente ácida de la moda, sin dejar de lado el rigor en la información. Pero el origen de este punto de vista se gestó en París, cuando fue nombrado por su padre corresponsal de la revista en la capital francesa. Era 1955, el momento de la edad dorada de la alta costura francesa, cuando Balenciaga y Dior lideraban una amplia lista de modistos que creaban las tendencias internacionales de la moda y cuyas exportaciones suponían la segunda fuente de ingresos para Francia. El momento en el que la moda francesa, por su gran influencia y éxito, era más copiada, y en consecuencia, cuando los modistos franceses más celosamente guardaban sus diseños. Tanto que en 1956 Cristóbal Balenciaga, cansado de que copias muy fidedignas llegaran a los escaparates antes que sus diseños originales, debido en buena parte a las fotografías y bocetos que la prensa publicaba al día siguiente de sus desfiles, decidió celebrarlos en primer lugar para compradores y clientas y un mes después para la prensa. De este modo garantizaba que los diseños legítimos estuvieran en las tiendas antes que las copias pirateadas. Givenchy le acompañó en la decisión, y en las temporadas sucesivas otros modistos decidieron adoptar la misma la medida.
John Fairchild que fue testigo de todo esto y parte afectada, mostró su indignación en numerosas ocasiones. “Lo que los clientes han visto hace un mes ya no es noticia. No tiene sentido”. Y buscaba la información por otros medios. Preguntaba con insistencia a las trabajadoras de las casas de alta costura y desplegaba a sus fotógrafos en las inmediaciones de las mismas para conseguir alguna imagen en algún momento de descuido. A veces lo conseguía y publicaba bocetos o fotografías antes que ninguna otra publicación. Estas prácticas le generaron fuertes enemistades con los modistos más importantes, que le vetaban en sus desfiles. Cuando en el círculo de la moda parisina alguien utilizaba el término “l´enfant terrible”, no había duda de que se estaba refiriendo a John Fairchild.
A su vuelta a Nueva York en 1960 comenzó a trabajar para conseguir un giro en la revista. También en su apariencia. De ser una publicación de estética plana y gris, WWD cambió a un diseño gráfico más atractivo donde destacaban las fotografías e ilustraciones. “La moda es un fenómeno visual y WWD tiene que reflejar eso”, decía.
A finales de la década de 1960, WWD era una revista donde uno podía encontrar información sobre la última cotización bursátil de una gran manufacturera textil, combinada con información sobre la vida personal de modistos, socialités y empresarios del sector, unida a críticas de exposiciones o estrenos de teatro. Sus años al frente de la revista no significaron un cambio en su actitud crítica hacia diseñadores y marcas y el sector estaba muy pendiente de su opinión. Podía no aplaudir en el front row de Yves Saint Laurent, lo que generaba un gran enfado de Bergé o escribir una crítica demoledora de Oscar de la Renta, aunque compartieran aficiones en sus ratos libres. Otros eran sencillamente ignorados, lo que significaba que sus colecciones no eran lo suficientemente buenas para salir en las páginas de WWD. A este respecto la diseñadora norteamericana Mollie Parnis era muy sincera: “Prefiero aparecer en WWD porque es una revista muy leída entre el círculo de clientas que compra diseños caros”.
Aunque la transformación le generó también fuertes enemistades con ejecutivos de la revista, que veían cómo sus ideas podían poner en peligro la importante financiación que llegaba a la revista vía la publicidad de las manufactureras del textil, el tiempo le dio la razón. En la etapa John B. Fairchild, WWD mejoró su rentabilidad considerablemente: si en 1970 la familia Fairchild vendió la publicación por 37,2 millones de dólares a Capital Cities, en 1999 Advance Publications (propietaria de Condé Nast), pagó por ella la considerable cifra de 650 millones de dólares.

Ana Balda
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