29 abr 2025
Que levante la mano la marca que todavía no tenga un contenedor de recogida de ropa en sus tiendas. En muy poco tiempo, esta práctica se ha convertido en el nuevo must de la sostenibilidad, y nadie quiere quedarse fuera. La sombra de la Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP) y su inminente entrada en vigor acecha al negocio de la moda. Y el efecto imitación entre las marcas, sumado a la presión por proyectar una imagen responsable e incluso el miedo a no estar haciendo algo que se supone que se debe hacer, está impulsando este tipo de iniciativas a gran velocidad. Pero, ¿qué vamos a hacer con toda esta ropa?
Hace unos meses, la Asociación Española de Recuperadores de Economía Social y Solidaria (Aeress) alertaba sobre un posible colapso en la cadena de valor del reciclaje textil, un aviso que se sumaba al de otros países europeos que ya habían informado de una situación de peligro similar. De hecho, el sistema sueco de recuperación textil acaba de confesar que está al borde del colapso, tras haber incrementado un 60% la recolección de ropa durante los primeros meses del año, en comparación con el mismo período del año anterior.
Los recuperadores textiles no tienen capacidad para gestionar tantísimas prendas que, además, al haber disminuido su valor y calidad, no generan los beneficios de antaño. Si bien la reventa de ropa usada tiene un gran potencial, muchos de los modelos actuales de venta de segunda mano se han quedado limitados porque los productos que llegan a los contenedores han perdido valor. Por otro lado, el reciclaje textil a textil, donde las fibras recuperadas se reutilizan para fabricar nuevas prendas, requiere materias primas de calidad, una infraestructura adecuada, tecnología que en algunos casos no existe y, sobre todo, una demanda que permita unos precios competitivos.
Una de las salidas para toda esta ropa está siendo la exportación a otros países. Sin embargo, esta no es una solución real, ya que en el mejor de los casos la ropa se clasifica y reutiliza y, en el peor, acaba en vertederos o se quema para generar energía. Además, la cantidad de ropa exportada no deja de crecer. Aunque Eurostat registró una caída del 5,6% en las exportaciones de ropa usada desde 2018, el volumen total se ha duplicado en las dos últimas décadas, pasando de 550.000 toneladas en el año 2020, según datos de la Agencia Europea del Medioambiente, a los 1,3 millones en 2024 que registra Eurostat.
Por ello, si queremos dejar de ver en los informativos imágenes de ropa acumulada en desiertos, mostrando etiquetas de todo tipo de marcas, el sector de la moda debe actuar con más rapidez y eficacia. Y, para ser justos, ya se están dando pasos importantes en esa dirección. Por ejemplo, muchas empresas se están anticipando a la legislación organizándose en sistemas colectivos de responsabilidad ampliada del productor (Scrap), orientados a mejorar los procesos de recogida, selección y financiación. Además, cada vez son más las marcas que están desarrollando nuevos modelos de negocio para revender como segunda mano las prendas que sus clientes les devuelven cuando ya no las quieren, evitando así que lleguen a los sistemas de clasificación y ayudando a prevenir el colapso del sistema. Es una alternativa prometedora que ya está empezando a dar resultados positivos.
Aun así, la mejor opción es conseguir que los consumidores alarguen la vida útil de sus prendas todo lo posible. Y aquí, el papel del sector liderando este discurso es clave, sobre todo para que sus beneficios no se vean perjudicados. Este cambio de paradigma se conseguirá, en primer lugar, a través de un mejor ecodiseño, que apueste por prendas con mayor durabilidad física para que se conserven en buen estado durante más tiempo, pero sobre todo fomentando la durabilidad emocional de la ropa, creando productos y narrativas de mayor valor percibido, que generen apego, identidad y una conexión real con quien los lleva.
Además, será fundamental impulsar la educación textil del consumidor, enseñándole a cuidar sus prendas, repararlas y sacarles el máximo partido. En este sentido, modelos como la reparación, el upcycling o la transformación creativa de prendas pueden ser no solo herramientas para prolongar su uso, sino también nuevas líneas de negocio para las propias marcas, ya que reforzarán la fidelización, mejorarán el engagement y generarán ingresos complementarios en un contexto donde es probable y necesario que el número de prendas nuevas vendidas tienda a disminuir.
La clave para desactivar esta bomba de relojería no está únicamente en mejorar la gestión del residuo textil, sino en repensar todo lo que puede hacerse para evitar que el textil llegue a convertirse en residuo. Ahí es donde el negocio de la moda tiene el mayor potencial de transformación y crecimiento.

Sònia Flotats
Sònia Flotats (Barcelona, 1979) es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), postgraduada en Gestión de la RSC y la sostenibilidad por la Universitat Pompeu Fabra, y con formación en Esade, Flotats inició su trayectoria profesional en la Fundación Adsis y posteriormente en AlterCompany. Antes de emprender con So Good Business, trabajó también como responsable de comunicación de Fundació Catalunya Cultura y como editora de sostenibilidad en Itfashion. Desde febrero de 2024 es directora de la plataforma Move! Moda en Movimiento, impulsada por Modaes.
Move! Moda en Movimiento nace con el objetivo de caminar junto a la industria de la moda en España hacia un futuro más sostenible, a través de la generación de contenido especializado, la creación de espacios de encuentro para profesionales del sector y la divulgación.
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