Entorno

Ramón Mahía (UAM): “La migración hace que el engranaje económico funcione”

Ramón Mahía, economista y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), defiende la inmigración como una pieza que es clave, ni positiva ni negativa, sino como un elemento más de un mundo cada vez más globalizado.

Ramón Mahía (UAM): “La migración hace que el engranaje económico funcione”
Ramón Mahía (UAM): “La migración hace que el engranaje económico funcione”
“Cada estado debe adaptar sus sistemas migratorios a sus características económicas”.

Celia Oliveras

21 ene 2025 - 05:00

Más allá de los discursos políticos reaccionarios alrededor de la inmigración, la llegada de fuerza laboral extranjera a España, y a muchos países de Europa, es la única pieza que sigue permitiendo el crecimiento económico.

 

 

Revista Modaes número 53

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Los inmigrantes permiten que el engranaje económico funcione, asegura Ramón Mahía, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid. “Un país puede crecer por dos motivos, o por el incremento de la productividad de sus trabajadores o por la mayor acumulación del trabajo”, relata Mahía.

 

Tal y como lo describe el ahora profesor universitario, en España el modelo económico ha generado una dependencia del segundo, ya que la llegada de inmigrantes estimula el mercado laboral, que es el factor último, asegura, que promueve el crecimiento del país.

 

La base demográfica española ya no alcanza, defiende Mahía, a lo que añade que un día ciertos países decidieron no tener hijos, sino tener inmigrantes. “Estamos viviendo un invierno demográfico, con tasas de natalidad tan bajas que se puede hablar de una glaciación, y España necesita de un flujo constante de nuevos trabajadores”, valora el economista.

 

 

 

 

La población inmigrante en España ya supone el 18% del total, aunque la cifra cobra más relevancia en los rangos de población en edad de trabajar. Por cada cien personas con nacionalidad española, por ejemplo, de entre 25 años a 49 años, hay hasta 38 inmigrantes en cada uno de esos grupos de edad.

 

Que países como España o Italia, por ejemplo, pero también Alemania, quieran imponer cierres de fronteras a estos inmigrantes o limitar su entrada al país, únicamente les abocaría a la recesión. Con una economía dependiente de sectores como el turismo o la hostelería, y no tanto del tecnológico o financiero, “se necesita gente y más gente trabajando”, defiende Mahía.

 

“Cada país recibe un tipo de flujo migratorio adaptado a su economía”. Un sistema de puntos para regular la entrada transfronteriza, como el que está implantado en Japón, por ejemplo, no tendría sentido en Europa, donde además, los Estados miembro deben gestionar también las fronteras comerciales abiertas dentro de todo el Espacio Schengen.

 

 

 

 

“No hay que ver la inmigración como un problema o una solución a nada, está ahí, y tenemos los sectores productivos que tenemos, por lo que necesitamos de ella”, simplifica el experto. España, impulsada por el crecimiento económico de las últimas décadas, ha pasado de no tener inmigración a tener casi la misma cantidad que otros países como Alemania o Bélgica, donde los procesos migratorios comenzaron mucho antes.

 

Cada país, por lo tanto, debe adoptar su propio sistema de inmigración y adaptarlo a las necesidades de su economía, sin esperar encontrar un marco común global, ya que “los intereses de cada estado son diferentes”.

 

Mahía defiende, por tanto, que no se puede, ni tendría sentido, que España compitiera por contratar a perfiles tech en origen, porque estás personas van a países como Estados Unidos o Canadá.

 

 

 

 

Respecto a España, y a que hace años que la posición oficial sobre la inmigración tiende a un modelo de “equilibrio subóptimo”, si es a propósito o no, ahí Mahía entra en dudas. “Hay una especie de mal equilibrio, en el que no hay recursos suficientes para evaluar todas las solicitudes de asilo, por ejemplo, y para cuando estas llegan, las personas migradas ya llevan suficiente tiempo en el país para apelar al arraigo”, explica el economista.

 

Lo que no excluye, sin embargo, la sensación de vulnerabilidad y riesgo de pobreza a la que somete a esas personas. En la otra parte de la balanza está la dificultad para enfrentar esa glaciación demográfica que asola a Europa.

 

Mahía ve aquí la clave de por qué muchos estados se niegan a abordar la bajada de natalidad en sus fronteras, al ser un hecho que necesita de medidas a largo plazo, además de un cambio completo en horarios laborales, la facilidad del acceso a la vivienda o el sueldo medio de sus habitantes.

 

 

 

 

“La visión cortoplacista de todos los políticos hoy en día hace imposible que estos se vayan a interesar en dedicar recursos a algo sobre lo que, de ninguna forma posible, verá resultados durante sus mandatos”, denuncia Mahia.

 

No ver la inmigración como un asunto negativo, o tampoco intrínsecamente positivo, per se, sino como un hecho que está, que forma parte de las estructuras globales asentadas, es la propuesta del economista.

 

“En España no podemos no tener inmigración, y tampoco deberíamos por qué querer cambiar nuestro sistema económico únicamente para no tenerla -finaliza el economista-; no existe ningún escenario en el que cumplamos todas las perspectivas de crecimiento que se vaticinan para el país si mañana decidiéramos cerrar nuestras fronteras”, reivindica.