Entorno

China, a por la rata de metal: sesenta años más para el mayor mercado de la moda

El país define una nueva etapa más allá del crecimiento a doble dígito y su papel como fábrica del mundo. Los objetivos económicos los ha logrado, ¿y ahora qué?.

Iria P. Gestal

20 ene 2020 - 04:57

China, a por la rata de metal: sesenta años más para el mayor mercado de la moda

 

 

La casualidad ha querido que, por una vez, los horóscopos y los economistas coincidan en un pronóstico. China comenzará el sábado el año de la rata de metal, que marca el inicio de un nuevo ciclo de sesenta años y que promete, según los expertos, un cambio radical. La segunda mayor economía del mundo deja atrás décadas de crecimiento imparable a cualquier precio para abrazar una nueva etapa en la que tendrá que digerir ese progreso y definir su papel en el escenario mundial.

 

La moda ha sido testigo directo de la transformación de China en los últimos años y ocupará también un papel protagonista en su siguiente etapa. Si en 2005, con su entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC), China se convirtió en la fábrica de la moda, en 2022 pasará a ser su mayor mercado de consumo, según datos de Euromonitor International.

 

Entre 2018 y 2022, las ventas de moda en el país ascenderán un 10,2%. En 2024, la facturación del sector en el país ascenderá a 435.328 millones de dólares, frente a los 384.560 millones de Estados Unidos y cuatro veces más de lo que generará la India, con 100.000 millones de dólares, según Euromonitor.

 

 

 

 

El país continuará siendo un importante polo de aprovisionamiento del textil y la confección, si bien en los últimos años ha comenzado a virar su enfoque hacia productos de mayor añadido, externalizando el resto a países de su entorno como Bangladesh. China es también uno de los principales inversores extranjeros en el textil etíope, considerado el próximo hub del sector.

 

China es el mayor exportador de textil, copando un 37,6% de las ventas globales, frente al 10,3% de 2000. Las exportaciones chinas de esta categoría de producto ascendieron a 119.000 millones de euros en 2018, según los últimos datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El país es también el tercer mayor importador de textiles, tras la Unión Europea y Estados Unidos.

 

En ropa, China copa el 31,3% de las exportaciones pero todavía tiene un peso pequeño en las compras, con una cuota del 1,6% (excluyendo Hong Kong). En 2018, exportó ropa confeccionada por valor de 158.000 millones, en línea con el año anterior. De hecho, las ventas al exterior de este sector encadenan ya cuatro años sin crecer, tras cerrar 2016 con una caída del 9%; 2017 con un descenso del 1% y 2018 en plano.

 

 

 

 

Este año está, además, marcado en rojo en el calendario de China, que se había fijado varios objetivos económicos para 2020 a las puertas del centenario del Partido Comunista, que se celebrará el próximo año.

 

Una de esas metas pasaba por duplicar su Producto Interior Bruto (PIB) entre 2010 y este año. China es ya la mayor economía del mundo en términos de PIB a valores de paridad de poder adquisitivo (PPA) y todos los pronósticos apuntan a que cumplirá esa meta este año, pese a que la economía está desacelerando.

 

Para lograrse el objetivo, el país tendría que haber crecido, de media, un 7,5% al año desde 2010. La década empezó fuerte, con un alza del 10,3% en 2010, pero desde entonces el país ha perdido empuje. En el tercer trimestre de 2019, China creció un 6%, su menor subida en treinta años. Para alcanzar el objetivo marcado por el anterior presidente, Hu Jintao, China debería crecer al menos un 6%, una meta que parece realista.

 

 

 

 

 

También su PIB per cápita se ha disparado en los últimos años, pasando de 3.468 dólares en 2008 a 9.770 dólares en 2018. En 2015, ya con Xi Jinping al frente, el país se marcó como objetivo eliminar la pobreza extrema, definida como el número de personas con unos ingresos anuales de menos de 2.300 yuanes (300 euros). En 2015, había más de 50 millones de personas en este grupo, en 2018 se bajó por primera vez de la barrera de los 20 millones y el objetivo este año es reducir el dato hasta cero.

 

En las últimas décadas, China se ha convertido en la mayor fábrica del mundo, se ha industrializado a una velocidad frenética y ha escalado de la décima a la segunda mayor potencia mundial en sólo veinte años. Un proceso que a Europa le llevó siglos lo ha recorrido en sólo una generación. Pero ¿cuál es el siguiente paso?

 

El país lleva ya varios años inmerso en un proceso de transformación de su modelo económico, con el objetivo de pasar de ser un país apoyado en la industria, sin apenas garantías sociales ni regulación medioambiental, a una economía de consumo, abierta al mundo y siguiendo las normas globales.

 

 

 

 

Hamish McRae, autor del libro The World in 2020, publicado en 1994, anticipa en un artículo de The Economist que, en 2050, China “será claramente la mayor economía del mundo, pero el envejecimiento y la caída de su población harán que deje atrás su visión de dominio global para centrarse en hacer la vida más segura y cómoda para su gente”.

 

La demografía es, de hecho, uno de los principales desafíos para el país. Aunque abandonó la política del hijo único hace ya cinco años, la decisión no ha sido suficiente para revertir la tendencia descendente de la tasa de natalidad. Las previsiones más optimistas del Gobierno señalan que para 2020 los nacimientos no sobrepasarán los 16 millones.

 

Según las Naciones Unidas, la población China se reducirá en 31,4 millones de personas, o un 2,2%, hasta 2050. En menos de una década, aproximadamente en 2027, India superará al país como el más poblado del mundo.

 

 

 

 

Esto supone que a la propia transformación del país se sumará el gran desafío de hacer frente a una población envejecida antes siquiera de haber desarrollado un sistema de protección social.

 

La transición en el modelo económico no parece que vaya a venir acompañada de una transición política. El país continúa estando dominado por un único partido, el comunista, con un presidente todopoderoso.

En la Asamblea Nacional Popular de 2018 se aprobó una reforma de la constitución que eliminó el límite de dos mandatos de cinco años para el presidente, garantizando el liderazgo a Xi Jinping más allá de 2023, cuando estaba previsto.

 

Además, el país ha aumentado el control sobre su población, ha estrechado la censura en Internet y ha sido muy criticado por sus ataques a diferentes comunidades del país para imponer la cultura de “una sola china”.

 

 

 

 

“Las políticas del Gobierno chino dentro y fuera del país son una amenaza para todo el sistema global de protección de los derechos humanos”, denunció el año pasado la ONG Human Rights Watch.

 

El malestar con el Gobierno se ha hecho tangible en el último año en Hong Kong, donde miles de personas han salido a la calle para reclamar un sistema democrático. Sobre la excolonia británica pende como una espada de Damocles el deadline establecido para el pacto un país, dos sistemas, que vence en 2047.

 

Mientras, en el extranjero, China continúa inmersa en una guerra comercial con Estados Unidos, aunque la tensión se ha relajado con la firma de la primera fase del acuerdo. El país se enfrentará también a otros desafíos en su ambición de ganar influencia global.

 

La economía digital, con gigantes como Huawei, Tencent y Alibaba en cabeza, ha sido uno de los pilares de la transformación económica del país. Pero en el último año la geopolítica ha entrado en escena: Australia, Japón y Estados Unidos han impuesto ya duras restricciones a Huawei, citando motivos de seguridad, y países como Canadá, India o Italia están también considerando imponer restricciones.

 

 

 

 

Estas limitaciones no sólo afectarán al gigante asiático: sin acceso a Huawei, el desarrollo del 5G, clave para tecnologías transformadores como el Internet de las Cosas, dependerá de otros proveedores más caros como Nokia, Ericsson o Samsung.

 

Esta transformación se producirá, además, en un nuevo contexto global, marcado por el replanteamiento del propio sistema capitalista que China ha abrazado en los últimos años. Los términos en los que se ha definido el progreso en los últimos siglos podrían no ser los mismos que en el futuro.

 

El envejecimiento del planeta y la expectativa de una probable japonización de la economía en los mercados maduros, sumado a una mayor conciencia en términos de bienestar y sostenibilidad, podrían cambiar las reglas del juego. De hecho, países como Nueva Zelanda ya han cambiado su estándar para medir el progreso, citando factores como la integración o el respeto al medio ambiente.

 

El papel que tendrá China en esta nueva era está todavía por ver pero, al menos, el horóscopo acompaña: la rata, dicen los expertos, es un signo de líderes, inteligentes y de los que siempre consiguen lo que se proponen.