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Sonría, es sólo moda: el legado de una década de Jeremy Scott en Moschino

El creativo estadounidense abrazó la cultura pop para hacer moda que no se tomaba demasiado en serio a sí misma y con un lenguaje irónico y actual que se viraliza rápido y además vende.

Sonría, es sólo moda: el legado de una década de Jeremy Scott en Moschino
Sonría, es sólo moda: el legado de una década de Jeremy Scott en Moschino
Moschino facturó 273 millones de euros en 2022, un 5% más que el año anterior.

Iria P. Gestal

21 mar 2023 - 05:00

Pikachu, Mcdonald’s, Barbie. En un mundo de sofisticadas referencias (de los Mondrian de Saint Laurent a la violación de Inglaterra a Escocia de McQueen, pasando por la Revolución Francesa de Galliano), Jeremy Scott subió a la pasarela la cultura pop, y de paso sacó al público una sonrisa. El legado que deja en Moschino después de diez años en la firma es el de una moda que no se toma demasiado en serio a sí misma, de humor inteligente y un sentido de la ironía que funciona casi tan bien en las redes como en la cuenta de resultados.

 

Scott jugó en Moschino a un juego arriesgado en un sector al que a menudo le cuesta reírse de sí mismo, precisamente porque ya lo hacen otros. ¿Que la moda es frívola? Él sirve un bolso en bandeja de fast food.

 

Nacido en Kansas City (Misuri, Estados Unidos) en 1974, Jeremy Scott fue un niño que leía Vogue a escondidas y un adolescente que estudiaba francés soñando con conquistar un día la capital de la moda.

 

 

 

 

En 1992, se trasladó a Nueva York para estudiar diseño de moda en el Pratt Institute, y seis años después fundó en París su propia marca de moda. Era la década del minimalismo, de Calvin Klein y de Armani, y Scott subió a la pasarela colecciones con lamé y referencias a una estética, la de los ochenta, en decadencia.

 

En 2001 regresó a Estados Unidos para instalarse en Los Ángeles, desde donde firmó las colaboraciones que le dieron sus primeros bestsellers: Longchamp, Swatch y, sobre todo, Adidas, para quien hizo unas zapatillas con ositos de peluche que hoy son ya un icono de la marca.

 

Dijo al New York Times que rechazó trabajos para Pucci, Versace, Paco Rabanne o Chloé, pero dijo sí a Moschino, que le llamó en 2013. La marca había tenido sólo dos diseñadores antes: Franco Moschino, que la había fundado en 1983 y murió en 1994, y Rosella Jardini.

 

 

 

 

Scott, convertido ya en una celebridad en sí mismo apoyado en una intensa presencia mediática, jugó con la estética kitsch y con referencias pop mundialmente conocidas, argumentando que lo que buscaba era un lenguaje universal, icónico y accesible.

 

El apoyo de cantantes como Miley Cyrus o Katy Perry fue la puntilla. “No tenía qué ponerme así que me puse este vestido de Moschino”, leía una prenda que llevó Cyrus en 2015. “Esto no es una chaqueta de Moschino”, ironizaba otra de las creaciones del diseñador.

 

El New York Times dijo de él que era el último rebelde, superviviente de la generación de la antimoda del cambio de siglo, con nombres como Imitation of Christt, Miguel Adrover o Susan Cianciolo. The Guardian le definió como “el más irreverente de la moda”

 

Pero más allá de la broma, Scott también vendía. Moschino, propiedad del grupo italiano Aeffe, cerró el ejercicio 2022 con unos ingresos de 273,3 millones de euros, un 5% más que el año anterior. Aeffe había sido su licenciatario desde su lanzamiento en 1983, y en 1999 se hizo con la compañía. En 2021, tomó el 30% que todavía no controlaba.