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El ‘MeToo’ de la moda: los casos de Riccardo Tisci y Paul Marchant reabren el debate

Los últimos escándalos han reabierto un debate que afecta de manera transversal al sector en todo el mundo. De la gran distribución al lujo y de Estados Unidos a Italia, los abusos dentro de la moda vuelven al centro de discusión.

El ‘MeToo’ de la moda: los casos de Riccardo Tisci y Paul Marchant reabren el debate
El ‘MeToo’ de la moda: los casos de Riccardo Tisci y Paul Marchant reabren el debate
Riccardo Tisci junto a Donatella Versace y Naomi Campbell.

Triana Alonso

El abuso de poder se sienta de nuevo a la mesa de los mayores tabúes de la industria de la moda. El que fuera director creativo de grandes maisons de lujo como Givenchy o Burberry, Riccardo Tisci, ha sido el último nombre acusado de agresión sexual ante la justicia estadounidense a comienzos de mayo. Su mediático caso no sólo expone presuntas prácticas de acoso en diversos entornos del sector, sino que reabre la conversación (y la polémica) sobre el poder y el ejercicio de la violencia. No se trata del único rostro visible en saltar a la palestra. El pasado marzo, el consejero delegado de la irlandesa Primark, Paul Marchant, abandonó su puesto en el marco de una investigación interna por comportamientos indebidos en el ámbito laboral.

 

Según informaciones recogidas por The Independent y posteriormente por otros diarios internacionales como The New York Times, un hombre ha demandado ante la Corte Suprema de Nueva York a Riccardo Tisci por agresión sexual. “Estas acusaciones son completamente falsas -ha declarado un portavoz del diseñador italiano a través de un comunicado-; Riccardo espera limpiar su nombre de estas calumnias malintencionadas y será exonerado a lo largo del proceso judicial”.

 

Tisci, que no se ha pronunciado personalmente sobre las acusaciones, ha optado por un perfil bajo en los últimos tiempos. Hace escasas semanas, el diseñador borró todas las imágenes del feed de su perfil de Instagram con más de tres millones de seguidores (a excepción de un retrato en blanco y negro) en una iniciativa que, para numerosos expertos del sector, podía significar el punto de inflexión. Como es habitual en el caso de firmas que renuevan su imagen o diseño, el creativo podría haber anticipado con este cambio su posible nombramiento como director creativo de una gran firma de moda, en pleno contexto agitado de vuelcos y anuncios de líderes de diseño de firmas del sector.

 

 

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Fuentes del sector apuntaban entonces a un posible fichaje por Balenciaga, poco después de que el grupo Kering colocara a su diseñador, Demna, al frente de las colecciones de Gucci. En plena crisis financiera y creativa, con un retroceso del 14% de su facturación en el primer trimestre del ejercicio, el grupo francés necesita a un gran nombre con el que recuperar el posicionamiento y las ventas. Tisci, uno de los pesos pesados del sector gracias a su trayectoria gótica en la francesa Givenchy o, posteriormente, de renovación de la imagen de la británica Burberry, se antojaba así como uno de los candidatos al puesto mejor posicionados.

 

A la espera de la evolución legal de las acusaciones, la crisis reputacional y el escándalo en redes sociales implican inevitablemente que el italiano se retire de la carrera por el puesto en la histórica casa de Cristóbal Balenciaga. El director creativo de Alaïa, Pieter Mulier, o la diseñadora británica Martine Rose se convierten así en los favoritos de las quinielas para liderar la nueva etapa de la maison que, por el momento, prosigue la creación bajo la dirección interna de su propio estudio de diseño.

 

Ante el desafiante contexto del lujo, la volatilidad económica y los negativos efectos en Bolsa tras la incorporación de Demna a la italiana Gucci, lo último que necesita el conglomerado de François-Henri Pinault es un nuevo escándalo. Sin ir más lejos, la propia imagen del diseñador georgiano se vio golpeada a finales de 2022 por una tormenta mediática, especialmente en el ecosistema digital, provocada por la publicación de una campaña en la que aparecían niños posando con osos de peluche vestidos con arneses de cuero y accesorios inspirados en prácticas sexuales de Bdsm. Además, otra imagen incluyó un documento judicial relacionado con leyes sobre pornografía infantil.

 

La reacción social fue inmediata con acusaciones de sexualización infantil, boicots y el hashtag #CancelBalenciaga que se volvieron virales. La firma, que se había convertido junto a Gucci en la gallina de los huevos de oro del grupo gracias a la reinvención del streetwear por parte de su popular director creativo, comenzó su particular descenso a los infiernos. Demna dejó de ser el gurú del sector, la maison perdió su popularidad y algunos de sus embajadores habituales expresaron su indignación y reconsideraron su relación con la marca.

 

 

 

 

Aunque Balenciaga retiró las imágenes, emitió disculpas públicas y anunció medidas, incluyendo la revisión de sus procesos creativos y la colaboración con organizaciones de protección infantil, el daño reputacional ya estaba hecho y las consecuencias de la crisis se habían puesto en marcha. Para Kering y el resto de la industria, el incidente puso en tela de juicio los límites de la provocación en la moda y la responsabilidad de las marcas en la supervisión de sus contenidos frente al creciente alcance de la cultura de la cancelación, un mecanismo de ostracismo social y digital que tiene como efecto obligar a individuos o empresas a rendir cuentas por sus comportamientos o discursos.

 

Más recientemente, el conglomerado también vio frustradas sus ambiciones doradas por la estatuilla en Hollywood, tras la polémica alrededor de la actriz nominada al Óscar, Karla Sofía Gascón. La intérprete, protagonista del largometraje Emilia Pérez apoyado por la empresa de producción cinematográfica de Saint Laurent (firma también propiedad de Kering), fue retirada de la promoción de la película tras la polémica alrededor a antiguos tuits con comentarios ofensivos hacia diversas comunidades.

 

El caso de Paul Marchant ha sido, no obstante, bien diferente al de Riccardo Tisci. Si el diseñador italiano no ocupaba oficialmente ningún puesto en una empresa de la industria, el consejero delegado de Primark lideraba el negocio de la compañía irlandesa de fast fashion desde 2009. Hace escasas semanas, la propia empresa anunció la “dimisión” del máximo ejecutivo a través de un comunicado emitido por su matriz, Associated British Foods (ABF).

 

Tras una denuncia por parte de una empleada, Primark abrió una investigación interna liderada por un bufete externo y sustituyó a Marchant por Eoin Tonge, hasta entonces director financiero de ABF. “Paul Marchant está cooperando con la investigación, siendo consciente de su error de juicio y aceptando que sus acciones no cumplen con los estándares de la compañía”, declaró el grupo, tras haber rescindido, con efecto inmediato, al dirigente. Por el momento, los detalles sobre la investigación no han trascendido y Marchant no ha hecho declaraciones al respecto.

 

También en el ámbito empresarial, en 2018, el cofundador de Guess, Paul Marciano, fue acusado de acoso sexual por varias modelos, entre ellas la célebre Kate Upton. Tras una investigación interna por parte de la empresa, Marciano fue cesado como consejero delegado de la compañía, aunque permaneció en el consejo y mantuvo su salario hasta un año más tarde.

 

Estas medidas relativamente tajantes contrastan con la situación vivida por el diseñador estadounidense Alexander Wang en 2020, cuando experimentaba el pleno apogeo de su firma homónima gracias a su incorporación del sportswear a la moda de lujo. Su circunstancia recuerda, en cierto modo, a la de Tisci. Hace cinco años, el creativo de moda en la escena neoyorquina fue acusado por una decena de hombres por “comportamientos sexuales inapropiados” y uso de drogas para facilitar abusos, a través de denuncias inicialmente publicadas en redes sociales como las cuentas de Diet Prada y Shit Model Management y, posteriormente, recogidas en artículos de prensa tradicional.

 

 

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Aunque Wang negó las acusaciones en un primer momento tildándolas de difamaciones públicas, más tarde se reunió con algunas de las víctimas en una mediación impulsada por la organización The Model Alliance, que calificó el gesto como un “primer paso”, pero reclamó más transparencia estructural en la industria. En 2022, el diseñador emitió un comunicado de disculpa a través de sus redes sociales. “Lamento haber actuado de una forma que ha causado dolor y, aunque no estoy de acuerdo con algunos de los detalles revelados, trataré de dar mejor ejemplo y usaré mi visibilidad e influencia para animar a otros a reconocer sus comportamientos irrespetuosos”, publicó el creativo.

 

Wang, que mantuvo su marca activa en un segundo plano, regresó a la pasarela en 2023 sin haber sufrido un castigo judicial más allá de las consecuencias de la exposición pública de sus supuestos comportamientos. A pesar de que el diseñador no ha sido condenado legalmente ante la ausencia de cargos penales, su caso puso de relieve los límites de los juicios mediáticos al margen de los tribunales y representó la ambigüedad de la industria actual: Wang fue temporalmente “cancelado”, pero no llegó a desaparecer por completo y numerosos actores influyentes del sector nunca le retiraron sus apoyos.

 

La moralidad y la legalidad se enfrentaron de nuevo, al igual que ocurrió tras la publicación de las imágenes de la modelo Kate Moss consumiendo droga en 2005. La sociedad criticó su comportamiento como reprobable, imponiendo de forma generalizada un código moral que la obligó a disculparse públicamente y a ocupar un espacio más discreto durante varios años, alejada de los focos y las campañas que solía protagonizar. Años más tarde, la modelo parece haber sido perdonada y ha vuelto a la primera fila de desfiles y campañas, colaborando con gigantes como Zara.

 

Al igual que el de Wang, su caso puso de manifiesto la complejidad de trazar líneas rojas y la dificultad de establecer una guía objetiva sobre el cómo y cuándo regresar a la esfera pública tras una cancelación. El delicado equilibrio entre asunción de culpa, reparación simbólica, juicio colectivo y, en algunos casos, legal define el futuro de situaciones extremadamente complicadas, sensibles y subjetivas.

 

 

 

 

El auge del MeToo, tras las denuncias colectivas al productor de cine Harvey Weinstein en 2017, también ha salpicado a la moda, señalando prácticas y comportamientos vinculados al abuso y el acoso sexual. Sólo un año más tarde, The New York Times publicó una investigación que recogía las acusaciones de más de una docena de modelos contra los emblemáticos fotógrafos Mario Testino y Bruce Weber.

 

La empresa Condé Nast, editora de Vogue, anunció el cese de colaboración con ambos, pero no rompió formalmente todos los lazos, reflejando de nuevo la cantidad de aristas a las que se enfrenta el sistema. Ambos fotógrafos han continuado figurando como autores de editoriales antiguas y cuentan con obras expuestas en retrospectivas de museos. La situación, al igual que en otras industrias, atizó el ya encendido debate cultural sobre la pertinencia de separar o no la obra del artista.

 

Desde las acusaciones, Testino se refugió en su trabajo como coleccionista y benefactor cultural, mientras que Weber, por su parte, negó las acusaciones y continuó fotografiando campañas en Asia. Ninguno de los dos ha enfrentado un proceso judicial formal hasta el momento. En paralelo, el también fotógrafo Terry Richardson vivió un escándalo similar y acabó apartado de revistas y marcas tras múltiples acusaciones de conducta sexual inapropiada, pero tampoco llegó a ser procesado judicialmente, dejando en evidencia las zonas grises de los escándalos en la industria.

 

 

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Y entre los archivos de la moda destacan casos algo más ‘históricos’, como es el de Dov Charney, fundador del icono de camisetas estadounidense American Apparel. El empresario canadiense puso en marcha la compañía en 1989, con el objetivo de convertirse en la marca cool del ciudadano medio a través de campañas de márketing y comunicación basadas en mensajes hedonistas y la ropa ligera. Con los años, sin embargo, Charney empezó a acumular demandas por parte de empleadas que le acusaban de acoso y abuso, y que la compañía solucionó principalmente a través de compensaciones. Finalmente, sin embargo, la empresa decidió prescindir de su fundador.

 

Más recientemente ha salido a la luz un caso similar, en esta ocasión hacia el exconsejero delegado de la marca de moda Abercrombie&Fitch, Mike Jeffries. El directivo salió de la compañía en 2015, tras más de veinte años trabajando en la empresa, pero no fue hasta el año pasado que fue arrestado por varios presuntos casos de abusos sexuales ocurridos entre 2009 y 2015. El caso ha dado un giro recientemente, después de que Jeffries haya sido considerado “mentalmente incompetente” por su avanzada edad, lo que ha conllevado la anulación directa del juicio.

 

Aunque el MeToo supuso un punto de inflexión global que afectó a toda la sociedad, esta nueva ola de casos en el sector demuestra que la industria aún no se dispone de un modelo único y definido para gestionar las denuncias, justicia pública y legal o la rendición de cuentas, frente a la tensa presión mediática y social.