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Alejandro Laquidain, retrato del ‘último presidente’ del CIE

Silvia Riera

14 abr 2014 - 04:42

Alejandro Laquidain ha sido uno de los protagonistas de una etapa negra en el Consejo Intertextil Español (CIE), la organización empresarial que hasta ahora agrupaba a todas las empresas implicadas en la cadena de valor de la industria textil y la industria de la confección. De porte sereno y comedido, el empresario se ha tomado con resignación el fin del CIE como patronal unitaria del sector, como si se tratara de la crónica de una muerte anunciada.

 

Hombre racional, que mide con cuidado sus palabras, Laquidain no ha podido contener la tensión en el seno del CIE. El pulso que el máximo representante del sector ha mantenido con los presidentes de la Agrupación Española del Género de Punto (Aegp), Juan Canals, y la Federación Española de Empresarios de la Confección (Fedecon), Ángel Asensio, ha sido visible y notorio en todo el sector. En esta guerra, en la que los personalismos tienen una gran importancia, el presidente del CIE no ha podido evitar hacer gala de sus orígenes. A pesar de tener el perfil de empresario catalán que antepone el diálogo a la espada, Laquidain no ha dejado de lado su amor propio y en algunos momentos incluso una actitud regia más propia del norte, y que él lleva en su sangre navarra.

 

El todavía presidente del CIE atesora un notable bagaje en el mundo patronal, al ser uno de los impulsores más destacados de Texfor, la confederación que agrupa a las cuatro asociaciones empresariales del llamado textil de cabecera. Tras lograr este imposible, Laquidain tomó en 2012 con gran ilusión las riendas del CIE, una entidad que pretendía fortalecer, como obviando que en sus 35 años de trayectoria ha dado muestras en repetidas ocasiones de ser un matrimonio mal avenido. Siempre aconsejado en la tarea por Salvador Maluquer, uno de los más veteranos en la patronal textil española, y sin exhibir un gran afán de protagonismo, Laquidain quiso ser en su primera etapa un presidente transformador en el que sacar el máximo partido a la capacidad de diálogo y negociación que, en parte, habían hecho posible la creación de Texfor.

 

Laquidain forma parte de una nueva generación de empresarios del textil catalán, con una nueva visión del negocio y de las instituciones que lo representan. El presidente del CIE, que se toma un vaso de leche o un Cacaolat antes que una cerveza o un café, que es aficionado a la bicicleta y que prefiere el jersey de cuello alto a la camisa y la corbata, es también defensor de tradiciones, del oficio, de la fábrica, de la herencia familiar. También es un hombre convencido del importante papel de las mujeres en la industria y de la necesidad de que tengan más relevancia en la patronal. No por casualidad eligió a dos mujeres como vicepresidentas al tomar las riendas de la Federación Textil Sedera, dejando el terreno abonado para que fuera la empresaria Laura Ortiz quien tomara su relevo en la patronal y se convirtiera en la primera mujer al frente de una asociación empresarial del sector en España.

 

El presidente de la patronal, orgulloso ingeniero textil y un verdadero apasionado de su oficio, se queja de la falta de formación técnica de las nuevas generaciones que se incorporan al negocio de la moda, mientras enriquece su discurso con una cascada de refranes de raíz textil. Dando puntadas, poniendo hilo a la aguja y con mucha tela que cortar, el empresario tuvo buena predisposición para discutir y trazar un nuevo CIE que contentara a todos, pero fue inflexible en cambiar las cuotas de poder en el seno de la patronal y en dejar de tener la voz cantante en la negociación con los sindicatos. Si el presidente del CIE debía negociar en convenio, como había hecho anteriormente Asensio, su predecesor en el cargo, la responsabilidad era suya.

 

Ya con las espadas en alto, Laquidain protegió la actual estructura de la organización empresarial y rechazó las exigencias de mayor representatividad del género de punto y la confección. Visiblemente molesto, como todo el textil de cabecera, con la actitud de los díscolos en el seno del CIE, el empresario catalán jugó fuerte en la última etapa de la guerra del CIE. Por un lado, llevó hasta el límite el concepto de consenso para sacar adelante el convenio sectorial con los cinco votos de las agrupaciones empresariales que forman Texfor más Ateval y, por otro, con la suspensión de los derechos de voto de Fedecon y la Aegp.

 

Sensato en el diálogo y elegante en el trato, aún en los momentos de mayor confrontación, el empresario es una persona cercana, de conversación larga y pausada. Hombre que mira de frente, Laquidain quizá ha acusado tener poco rodaje político para llevar las aguas a su vera. Casado y padre de dos niños, de familia textil y empresario del textil (“con lo que ha sufrido el textil en este país”, ha dicho en muchas ocasiones), el presidente del CIE es de los que coge el toro por los cuernos antes de intentar torearlo. Y, esta vez, al toro se le han roto los cuernos y Laquidain será recordado por ser el último presidente del CIE.