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Adolfo Domínguez, atrapado en el tiempo

C. De Angelis

14 ene 2014 - 04:35

Adolfo Domínguez (Puebla de Trives, 1950) lo ha sido todo en su empresa y más allá, convirtiéndose en un símbolo indiscutible de la moda española de los últimos treinta años. Impulsor del eslogan “la arruga es bella”, instalada en el imaginario de más de una generación, el diseñador continuaría siendo hoy uno de los empresarios gallegos más reconocidos en un mundo sin Inditex.

 

Pero las diferencias con el gigante fundado por Amancio Ortega con Adolfo Domínguez hacen difícil imaginar que las dos empresas tienen una edad similar y un origen muy cercano. Adolfo Domínguez factura 148,5 millones de euros, frente a los 15.946 millones de Inditex (datos de 2012), y la primera pierde 24,1 millones, frente a los beneficios de 2.361 millones de la matriz de Zara.

 

Las imágenes de uno y otro empresario tampoco soportan la más mínima comparación. Uno aparece en Forbes, en los casos de Harvard y en las conversaciones de barra de bar, a pesar de no haber concedido nunca una entrevista. El otro, en cambio, ha pasado de ser uno de los símbolos de modernidad de la España de la transición a perder magia, atractivo, actualidad… pero también la simpatía de parte de la población y los consumidores, a pesar de su apuesta por las prendas ecológicas.

 

Algo puede tener que ver con ello el rumbo ideológico del empresario, antaño símbolo del progresismo de la España de la transición, que durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se significó con categóricas proclamas marcadamente liberales a pesar de haber recibido no pocas ayudas públicas a lo largo de su trayectoria. “Sus prendas –señala un empresario del sector– no sirven para vestir a las mujeres de la derecha española, pero sus frases sí las representan”.

 

Si resulta inseparable la imagen de la marca de la de su diseñador, tampoco puede entenderse su trayectoria separada de la de su familia. Nació en el seno de una saga emprendedora (su padre regentaba la sastrería El Faro, en Ourense) y, tras estudiar Filosofía y Letras y Estética y Cinematografía y pasar una temporada en Londres, fundó junto a sus hermanos Josefina, Jesús y Francisco Javier la empresa que lleva su nombre.

 

En 1991, un incendio en la fábrica del grupo estuvo a punto de conducir a Adolfo Domínguez a la desaparición. Las aportaciones de la Xunta de Galicia permitieron reflotar la compañía, pero desunieron a la familia por las discrepancias sobre cómo gestionarlas. En 1997, Adolfo Domínguez dio el salto al parqué en una operación en la que los hermanos del diseñador salieron de la empresa para fundar Textil Lonia, que hoy ha superado al diseñador tanto en ingresos como en presencia internacional gracias a las marcas CH Carolina Herrera y Purificación García.

 

En 2012, Adolfo Domínguez dio un paso que muchos empresarios se resisten a dar con la incorporación de Estanislao Carpio, procedente de Camper, como director general de la empresa. El hombre fuerte de la compañía no está solo: sigue el presidente, sigue su esposa (Elena González Álvarez, miembro del consejo de administración) y poco a poco se han introducido sus tres hijas, Adriana, Valeria y Tiziana, con cada vez mayor protagonismo.

 

Carpio, que, según explican desde el sector, se incorporó a la empresa más tarde de lo que hubiera sido necesario por las reticencias del creativo a perder el control, tiene la difícil tarea de reflotar la marca y la empresa con recursos limitados, coyuntura económica adversa y un posicionamiento que nadie quiere: stuck in the middle o atrapado en el medio, que, en el caso de Adolfo Domínguez, podría ser también en el tiempo. El tiempo pasado o el de la crisis.